¿Estará Putin en el Día da Patria Galega?

GALICIA

Pilar Canicoba

No es pacifismo o diplomacia lo que predica el BNG sino complicidad con el agresor que no quiere que nadie ayude a su víctima mientras la estrangula

12 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El BNG lleva mucho tiempo combatiendo a fantasmas. Pelea contra Franco formando parte del antifranquismo más profesionalizado, aquel que busca obsesivamente cualquier vestigio para confirmar que el tirano es inmortal a pesar de todas las evidencias en contra. Repele la opresión que el maléfico Estado español ejerce sobre Galicia, sin aclarar si sigue vigente la vieja teoría de que somos una colonia tercermundista. El nacionalismo evoca la mítica escena de Rocky por las calles de Filadelfia, golpeando al aire, haciendo esquivas a su sombra y alzando los brazos en lo alto de la escalinata ante un público inexistente.

Al personaje que da vida Stallone ese entrenamiento le sirve para subirse después al ring, encararse con un púgil de verdad y tumbarlo en la lona. No ocurre lo mismo con Ana Pontón y los suyos. Cuando de repente aparece en la historia lo más parecido a un Franco moderno y surge un Estado que asoballa en serio, su reacción instintiva, automática, inmediata, es ponerse del lado opresor. Se ataca con tenacidad al dictador que hasta hace poco yacía en el Valle de los Caídos, al tiempo que se aplican todo tipo de paños calientes al que habita en el Kremlin, como si fuesen más peligrosas las dictaduras del pasado remoto que las del presente.

Ucrania ya está llena de Guernicas que a buen seguro ningún Picasso pintará; hacia sus fronteras huyen civiles con los mismos rostros de pánico que tenían los españoles que cruzaban hacia Le Perthus en la Guerra Civil; Kiev es el Madrid del «no pasarán» y Putin el Atila que retrata Castelao. Nada de eso es suficiente para que el BNG aplique en este caso su teoría de la autodeterminación en favor de los ucranianos. Le puede más ese instinto básico que ve en la Unión Europea, la OTAN o el ejército español un tabú insuperable, cuya mención en una declaración parlamentaria suscita idéntico rechazo que el crucifijo a Drácula. No es pacifismo o diplomacia lo que predica el BNG sino complicidad con el agresor que no quiere que nadie ayude a su víctima mientras la estrangula.

El propio Castelao anticipa lo que ocurre hoy con Putin y Zelenski cuando dibuja a un grandullón bien equipado que se dispone a jugar al fútbol con un cativo famélico y descalzo, al que advierte severamente que no vale hacer cargas. Ese aquelarre del que forman parte desde Donald Trump a Pablo Iglesias practica una neutralidad que ayuda al abusón al negarle cualquier asistencia a su presa. Ana Pontón hace lo propio. A partir de ahora ni su antifranquismo ni su defensa de la autodeterminación tendrán más valor que el de un disfraz en el Entroido. Cuando el enemigo pasó de imaginario a real el BNG reaccionó con sus manías. ¿Estará Putin en el Día da Patria Galega? Lo malo será si decide quedarse al saber que existe una Praza Roxa.

 Un idioma soltero

Entre los datos sombríos para el gallego, en la encuesta lingüística de Sondaxe hay un resultado alentador. Decía Nebrija, de cuya muerte se cumplirán en julio quinientos años, que la lengua era compañera del imperio. En el caso de Galicia, sin embargo, el gallego no es compañero de ninguna ideología en especial. Por así decirlo, no se casa con nadie. Tan solo por el idioma utilizado no sería posible adivinar la papeleta electoral que depositó el hablante. Sondaxe constata que el mayor número de galegofalantes se encuentra en el electorado del PP y BNG, pero incluso en una sigla tan reticente a lo vernáculo como Vox, hay casi un 27 por ciento de sus votantes que confiesan, sin miedo a ser reprendidos por Abascal, utilizar por igual los dos idiomas oficiales. Tenemos por lo tanto un gallego que no es ajeno a ningún espacio ideológico, algo que no sucede en otros lugares donde el nacionalismo hizo con el idioma una apropiación indebida. Se dan otras conclusiones poco halagüeñas en el sondeo. Esta lo es y hay que decirlo.

Cuando Casares fue ilustrísimo

Hubo un tiempo en que escritores y pensadores se incrustaron en los parlamentos sin tener que dejar en la puerta sus experiencias previas. Es decir, se los fichaba para que aportasen un punto de vista distinto al del político curtido. Uno de ellos fue Carlos Casares. Su misión casi imposible consistía en trasladar elementos de la ficción a la realidad para lograr que el parto autonómico saliera bien. La Galicia soñada tenía que hacerse real, y nada mejor para ello que contar con fabuladores como él. Así que a su recuerdo como escritor y contador hay que unir el de diputado eventual en aquella autonomía que surgió del frío. Un objetivo parecido guio la presencia de Cela y García Sabell en el primer Senado democrático, gracias a la prerrogativa que permitía que el rey nombrara a un grupo de senadores. Aquella buena costumbre se perdió y ahora al escritor se le incluye en listas o gobiernos como motivo ornamental, con la condición de que no moleste. Así que el autor de Ilustrísima fue ilustrísimo en aquel tiempo ya lejano.