A Florencia siempre hay que volver

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VIAJE AL CORAZÓN DE ITALIA Súbete al coche para explorar una de las regiones más bellas del mundo: La Toscana. Perderse por sus pueblos es la mejor manera de disfrutar de un paisaje único y una sensacional gastronomía. Y, por supuesto, hay que parar en Pisa y Siena.

29 abr 2017 . Actualizado a las 20:20 h.

Por muy viajero independiente que uno se considere, durante la toma de contacto con la Toscana, la primera vez que alguien pone el pie en esta rica región italiana, hay que seguir el guion: visita a Pisa para hacerse unas fotos con la torre inclinada buscando el ángulo apropiado según el cual parezca que se nos está cayendo encima, callejear por las rampas de la majestuosa Siena hasta la Piazza del Campo -la más bonita del país- y, por supuesto, reservar un par de días para empaparse de Renacentismo y buen gusto en Florencia. Cuando toca hacer la maleta de vuelta, uno se despide con la sensación de que el tiempo no ha llegado a nada; por culpa de la riqueza cultural de estas ciudades, inabarcable, y por las colas que se generan a las puertas de los principales monumentos, que varían un poco en función de la época del año, pero que en ocasiones resultan interminables.

La segunda visita a la Toscana es distinta. Ya no existe esa imperiosa necesidad de ver todo, cueste lo que cueste, y el turista goza de plena libertad para poner en una balanza si le compensa aguardar cuatro horas para volver a contemplar el David o subir de nuevo hasta lo alto del Duomo para disfrutar de las inigualables vistas de la ciudad. Repetir siempre es una opción más que respetable, pero al menos en esta ocasión se abre la posibilidad de abandonar las zonas urbanas, escapando así de las grandes aglomeraciones, de las esperas interminables y de la comida a precio de oro. Para disfrutar de esta región en su plenitud hay que subirse a un coche y explorar sus caminos, custodiados por cipreses, que la atraviesan en todas las direcciones. Solo así se llega a pueblos que atesoran tanto encanto como las ciudades tras las que llevan años eclipsados.

SAN GIMIGNANO

Sin duda, uno de los más populares es San Gimignano. Aparcar el coche, además de un pequeño atraco, también puede convertirse en una odisea, y la población local ha acabado engullida por el turismo, algo que sin duda le resta parte de su gracia, pero recorrer sus callejas y apreciar las vistas desde lo alto de la colina merece la pena. De origen medieval, destacan sus 15 torres de distinta altura. Cada una de ellas fue levantada por una familia buscando aparentar: cuanto más se aproximaba su torre al cielo, mejor le marchaban los asuntos económicos. Presumen de elaborar los mejores helados del mundo.

A pocos kilómetros se encuentra Chianni, una pequeña población especializada en elaborar el delicioso vino Chianti. Merece la pena regalarse un homenaje visitando la Locanda del Gallo, restaurante donde preparan con mucho mimo y el mismo acierto auténtica comida toscana. Los amantes de los balnearios tienen una cita con Bagno Vignoni. Esta pequeña y tranquila localidad termal resulta perfecta para cargar pilas antes de regresar al coche. A tiro de piedra se encuentra San Quirico d’Orcia, bonito final de etapa de la Vía Francígena, ruta de peregrinaje que conecta Canterbury con Roma. A tan solo diez kilómetros a través de la SP-146, una de las carreteras más bellas del planeta, no hay que dejar la oportunidad de visitar Pienza, que por su tamaño ya podría considerarse toda una villa. Coronando otra de las muchas colinas que conforman la región, Pienza es la cuna del queso pecorino, uno de los más consumidos en todo el país. ¿Colas? ¿Qué colas?

PIAZZA DEL CAMPO DE SIENA

fran balado

DOMINIO DE CHIESAS Y CIPRESES