Profesional desde la pubertad

Xosé Ramón Castro
x. r. castro VIGO / LA VOZ

GRADA DE RÍO

Borja Oubiña pone fin a una excelente carrera truncada por las lesiones

23 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Con Borja Oubiña se marcha el último jugador de campo gallego que fue a la selección absoluta. Un ejemplo de profesionalidad desde su primer partido en la base del Gran Peña al último, hace ya más de un año, en Mestalla con el Celta. Desde entonces ha estado luchando contra la enésima intervención de rodilla (la del pasado mes de agosto), la única que le ha ganado la partida a lo largo de tres lustros en la primera línea del fútbol y que le obliga a dejarlo a sus 33 años recién cumplidos.

Lo hace reconociendo que no pudo llegar adonde pensaba, porque después de alcanzar la internacionalidad absoluta de la mano de Luis Aragonés en un par de ocasiones y de convertirse en el mediocentro de referencia del cuadro vigués, su cotización se disparó. El Benfica se lo quiso llevar por 10 millones de euros en el 2007, coincidiendo con el último descenso, pero pagaba a plazos, y Carlos Mouriño prefirió cederlo al Birmingham. Allí comenzó el principio del fin.

El Celta de los últimos tiempos no puede entenderse sin su último gran capitán. El chaval que con 21 años debutó en el primer equipo después de confirmar todo lo bueno que había ofrecido en el filial, en donde era el líder indiscutible y el hombre que hacía girar a un compás que disputó la última promoción de ascenso. Se estrenó de la mano de Lotina en Valencia, en octubre del 2003. Era el año de la Champions y del descenso a Segunda, mal trago para un chaval que terminó llorando en Balaídos cuando el Mallorca consumó la tragedia. Luego vino un ascenso, la última UEFA, otro descenso y otro ascenso (ayer en su despedida se acordó de la remontada ante el Xerez con nueve hombres de la casa en el once).

Pero todo eso son números. Lo esencial fue la personalidad de Oubiña, quizás forjada en sus graves lesiones de rodilla, en su instinto de superación, en su inteligencia para adivinar un corte o filtrar un balón, y también en ese punto de timidez que le impide mostrarse incluso en días tan emotivos como el de ayer.

Borja pasará a la historia como el icono de la cantera, el hombre que desbrozó el camino para que hoy el Celta pueda presumir de factoría. El que entró aporreando un vestuario de muchos millones y poco arraigo. Oubiña cambió esa historia.

A su cuento de hadas solo le faltó el final del trayecto, para conocer el punto hasta el que habría podido llegar con su calidad, su inteligencia y su despliegue físico, siempre bien administrado. Los principales clubes de Europa mostraron interés por él y estaba llamado a militar en algún grande hasta que Kuyt, entonces en el Liverpool, se cruzó en su camino en aquella tarde del mes de septiembre del 2007 en Anfield.

Ese día se cortó de cuajo todo el sueño. El de la Eurocopa el 2008 después de que Luis Aragonés le tuviese entre los elegidos en dos ocasiones. Cita que tenía marcada en rojo y que sería, decían algunos, la de su consagración. Aquel verano fue el primero de muchos sin vacaciones en A Madroa. Entonces la carrera dio un giro. Se centró en recuperarse y hacerle un último favor al Celta. Hizo dos, antes de despedirse en el centro del campo.

«Mi etapa no termina como me hubiese gustado»

Borja Oubiña puso fin a quince temporadas como futbolista profesional, con el Celta como único equipo a excepción del efímero paso por el Birmingham inglés. Fue en la Premier en donde comenzó a escribir el adiós que ayer se oficializó y que el jugador tenía interiorizado desde el pasado mes de febrero, cuando fue consciente de que su vuelta era imposible. Berizzo le brindó la oportunidad de despedirse esta tarde vestido de corto, pero la honestidad le ha acompañado hasta el final de sus días y lo hará en los prolegómenos del partido con el Espanyol, pero vestido de calle. Con toda probabilidad el ya exjugador aceptará la propuesta para seguir trabajando en el club. Todo apunta que como apoyo en el apartado de metodología de la cantera.

Oubiña comenzó a despedirse el pasado mes de febrero. Siete meses después de la última de las tres intervenciones derivadas de su rotura de ligamentos en su único partido en Inglaterra. «En febrero me di cuenta de que era darse cabezazos contra una pared. En ese momento vi claro que no iba tener opciones de volver y se lo hice saber al club», aunque todas las partes guardaron silencio y los servicios médicos jamás desvelaron el secreto a voces.

Desde entonces, Borja ya no pensó en jugar ni en despedirse de corto. La sensación de volver sin estar a tope ya la había vivido con anterioridad: «En su día cometí el error de jugar cuando no me sentía competitivo y no quiero volver a cometerlo. El fútbol fue demasiado importante en mi vida como para estar en un campo por estar. La única opción de jugar era que me sintiera competitivo, y no me veo. Si mañana (por hoy) estuviera en el campo no tendría posibilidades de ser mejor que el contrario».

El último gran capitán del Celta se marcha con doce temporadas en el primer equipo encima, recordando los tiempos de Champions y de UEFA, pero también llorando dos descensos y celebrando otros ascensos. En su marcha admitió que el de ayer no era el final soñado: «Es público y notorio que mi etapa como futbolista profesional no termina como me hubiese gustado. Tanto el final como parte del trayecto no es algo que hubiese imaginado ni cuando empecé ni cuando llegué al primer equipo».

Y fiel a su autocrítica, tampoco negó que se había imaginado ser otro tipo de jugador. «Me voy dolido porque me marcho sin ser el jugador que he podido ser. Imaginaba otra carrera. Tengo la sensación de que no he podido crecer como futbolista. Me he perdido muchos entrenamientos, muchos partidos, y eso significa dejar de mejorar», comentó con naturalidad, sin dejar apenas sitio para la emoción.