El bicho que quiso acabar con el vino

Á. M. Castiñeira REDACCIÓN / LA VOZ

HEMEROTECA

Santi M. Amil

El año que nació La Voz, un pequeño insecto puso pie en Galicia para arrasar las vides. Las páginas del periódico trazaron el mapa de su avance durante tres décadas

23 jun 2017 . Actualizado a las 03:04 h.

Como la polilla que se merienda las patatas de Ferrol a Ribadeo o la avispa que trae de cabeza a los apicultores, un bicho americano que no entendía de fronteras cruzó la raya portuguesa un día cualquiera de 1882 y se plantó en Vilardevós. El municipio ourensano fue la base desde la que, lento pero implacable, se lanzó el insecto a acabar con los viñedos gallegos, como hacía ya en media Europa.

«Nadie sabe por quién viene la filoxera, ni sobre qué sembrado va a caer: lo que se sabe es que llega, que ha llegado ya, y el anuncio de la tronada dispersa a la gente hacia sus viviendas, esperando el instante de la descarga». Es la primera vez que La Voz, entonces un periódico recién nacido, hace mención a una plaga que llegó a estos lares vía Oporto. Las autoridades portuguesas, incapaces de poner freno al artrópodo en su territorio, ya advertían: «No hay medio capaz de detener su marcha».

Mes a mes, año a año, la mancha filoxérica fue cubriendo el territorio. «Ha invadido los viñedos del término municipal de Castrelo del Valle» (julio de 1885). «Se ha descubierto [...] en los importantes viñedos de Valdeorras» (junio de 1887). «Escriben de Orense dando la voz de alerta, porque parece que se ha presentado la filoxera» (agosto de 1887). «Según parte del alcalde de la Rúa, se ha presentado en aquel término» (mayo de 1888).

Había pánico. «La alarma que reina en este país [...] es indescriptible. Muchos pequeños propietarios desesperando que se acuda en su auxilio se disponen a emigrar». No era para menos. Monterrei (junio de 1888), el valle del Ulla (agosto), Carballeda de Valdeorras (septiembre)...

A Ribadavia, que se había librado hasta entonces, llegó la calamidad en 1889. «Los habitantes de aquella comarca hállanse sumamente angustiados con la fundada creencia de que dentro de poco se convertirá en un inmenso erial». A finales de la década, el sur de Lugo también se hallaba infectado. «La marcha del insecto sigue desde Valdeorras la cuenca del Sil». La lista, inabarcable, concluye en 1909 con «el hallazgo de diez y siete focos de filoxera en el término municipal de Betanzos, seis en el de Sada y uno en el de Puentedeume».

Las autoridades, acusadas a menudo de mantenerse impasibles, intentaron atajar la plaga con medidas poco eficaces, como la prohibición de la importación de cepas y sarmientos o la exención de aranceles al remedio que se presumía más eficaz, aunque su éxito era más bien limitado: «Han importado de Portugal sulfuro de carbono por valor de unos 20.000 reales, con los aparatos inyectores necesarios».

Además, se encontraban a veces con la falta de colaboración de viticultores poco dispuestos a arrancar sus plantas. «Es tan enérgica la resistencia de los propietarios de viñedos filoxerados a que se hagan en sus propiedades trabajos para la extinción de la plaga, que [...] se han tenido que suspender sus operaciones».

Remedios «empíricos»

Muchos propietarios actuaron por libre, en ocasiones espoleados por científicos que decían haber encontrado la panacea para liquidar al parásito. Se ensayó «un procedimiento empírico» que consistía «en poner alrededor de la cepa una porción de semillas de alholvas (Fenugrechs sinagrechs), fundándose en que el zumo nauseabundo especial que despiden estas semillas está aprobado por la práctica que ahuyenta o destruye a los insectos». Otro invento, casero, fue este: «Se descubre bien la cepa, y se riega con vinagre perfectamente, valiéndose de una pequeña regadera de gutapercha».

Hubo quien no tuvo miedo de emplear métodos radicales aunque pudieran convertir las notas afrutadas de un godello en metálicas -«Mézclase media onza de azogue [...] con un peso igual de arcilla pulverizada, en el hoyo en donde está plantada la cepa»- o los aromas frescos en olor a hidrocarburos: -«Consiste el procedimiento en colocar [...] bajo las raíces de la vid carbón vegetal [...] bien impregnado de aceite petróleo, operación que no debe repetirse, pues a la primera ya se nota su eficacia en la destrucción de la plaga». ¿Y de la viña?-. También se empleó el método del insecticida natural: «Regar las cepas tres veces al año con cuatro litros de un líquido preparado con 100 litros de agua en que se hayan sumergido 6 kilogramos de retama, durante tres a ocho días, hasta que fermente».

Ninguna de estas armas fue eficaz. Como en tantos casos, el remedio llegó del mismo lugar que el mal. Se observó que las vides del Nuevo Mundo eran «más resistentes a los ataques del hemíptero», y fueron estas las que salvaron a las europeas. El injerto de variedades autóctonas sobre el llamado pie americano, «cuyo procedimiento [...] se aconseja como el más eficaz a los viticultores», fue la única forma de engañar al bicho.

El año que nació La Voz, un pequeño insecto puso pie en Galicia para arrasar las vides. Las páginas del periódico trazaron el mapa de su avance durante tres décadas