Nervios en el corazón de Matrix

Leoncio González REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

La filtración de Edward Snowden pone en aprietos a la poderosa NSA

17 jun 2013 . Actualizado a las 22:32 h.

Edward Snowden no ha sido el primero. Antes que él, Addrienne J. Kine, una agente asignada a la intercepción de llamadas, desveló que la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) había tirado por la borda «todas las reglas» para poder espiar a mansalva sin ningún tipo de cortapisa legal. Bill Binney, el criptomatemático que montó el sistema de escuchas de la agencia, le contó a James Bradford detalles de Viento Estelar, nombre en clave del programa que trufó la red de telecomunicaciones de EE.UU. con equipos de grabación capaces de registrar decenas de millones de llamadas telefónicas al día. «Estamos a un milímetro del Estado totalitario», le dijo no sin fundamento. Según sus cálculos, se habrían realizado entre 15 y 20 billones de «transacciones» desde que fueron abatidas las Torres Gemelas.

James Bamford es el Woodward de la NSA, el segundo pilar de la inteligencia norteamericana junto con la CIA, que se distingue de esta en que solo intercepta, descifra, analiza y almacena comunicaciones. Autor de cuatro libros y de centenares de reportajes sobre la agencia, Bamford es el hombre al que debemos cuanto se sabe de este Gran Hermano encubierto al que la revista Wired no dudó en llamar The Matrix y al que Hollywood representa casi siempre de forma siniestra, como se ve en películas como Mercury Rising o Enemigo del Estado.

Crypto City

Fue él quien primero alertó, ya en la época de Ronald Reagan, de los riesgos de «tecnotiranía» que entrañaba un ejército civil protegido por el hermetismo, sin controles democráticos, y que emplea a unas 40.000 personas sin contar los millares que trabajan para compañías subcontratadas. Ideas suyas son también el nombre de tintes orwellianos con que se conoce hoy al cuartel general de la NSA en Washington, Crypto City, y considerarlo un avatar de la Biblioteca de Babel de Borges, el centro en el que se recopila toda la información existente en el mundo.

Una de las conclusiones que se extrae de sus investigaciones es que la NSA ha crecido gracias a sus fracasos. No logró anticipar el primer atentado al World Trade Center, ni el ataque contra la embajada de Kenia, ni el que sufrió el USS Cole, ni el 11-S, ni por supuesto las bombas colocadas por los hermanos Tsarnáev en Boston. Sin embargo, lejos de verse comprometida por tantos reveses, no dejó de expandirse tras cada uno de ellos. Hoy es el «mayor», más «clandestino» y «potencialmente más intrusivo» órgano de inteligencia, escribe Bamford. Prueba de ese crecimiento es la base que está terminando de construir en Utah y que le permitirá procesar y almacenar yottabytes.

Para hacerse una idea, el yotta es la unidad de información más grande que existe. Equivale a un billón de teras o, si es usted analógico, a 500 trillones de páginas de texto. Considerando que un fichero de un minuto de conversación telefónica grabada ocupa 120 kilobytes, un yotta supone 2x1011 siglos de conversaciones. Un yotta también equivale a un millón de exabytes. Si se tiene en cuenta que, según el antiguo CEO de Google, Eric Schmidtt, todo el conocimiento creado por el hombre hasta el 2003 ocupaba 5 exabytes, el centro de Utah albergaría 200.000 veces más ese volumen.

Evidentemente, no todo serán llamadas telefónicas ni comunicaciones como la que registra el programa PRISM documentado por Snowden. Pese a las serias implicaciones que tiene, este tipo de espionaje es solo una parte de lo que hace la NSA y no la más importante. La agencia se halla ahora mismo en la vanguardia de la ciberescalada que está desplazando la batalla por la primacía militar hacia el campo de las tecnologías de la información y que atribuye a la ciberguerra el papel de disuasión que tuvo la carrera nuclear en la segunda mitad del siglo pasado. Su principal objetivo es la web oculta, donde se hallan los datos con valor estratégico de gobiernos y ejércitos extranjeros, entidades financieras, empresas multinacionales, organismos internacionales, centros de investigación o tramas criminales, protegidos por sistemas de encriptación complejos.

El emperador Alexander

El hombre que está detrás de ese giro es Keith Alexander, un general de cuatro estrellas conocido en EE.UU. como emperador Alexander, que fue compañero de curso en West Point del general David Petraeus y al que se otorga un poder superior al que tuvo en su momento el sempiterno jefe del FBI, J. E. Hoover. Curtido en operaciones secretas durante la guerra fría, Alexander llegó a la dirección de la NSA gracias a Donald Rumsfeld y se ha hecho desde ahí con el dominio del cibermando norteamericano. No se duda de su papel decisivo en la creación de Stuxnet, el virus informático que dañó el programa nuclear iraní sin necesidad de bombardear físicamente sus instalaciones, y se le reconoce una gran habilidad para captar fondos. Gracias a ella ha conseguido mantener a la NSA a salvo de los recortes, que sí se le han aplicado a la CIA, y convertirla en el eje de un conglomerado industrial de tipo tecnomilitar de la que es buena muestra Booz Allen Hamilton, la empresa que contrató a Snowden.

No es aventurado suponer que la publicidad que les ha proporcionado este antiguo empleado los ha puesto nerviosos.

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