La errónea campaña de Reino Unido contra la independencia de Escocia

DPA

INTERNACIONAL

Los escoceses critican que solo se haya hablado de dinero, dejando a un lado cuestiones tan importantes como el futuro de la nación o la identidad

16 sep 2014 . Actualizado a las 18:37 h.

Dentro de dos días, Escocia votará en referéndum si quiere separarse de la madre patria Reino Unido. En este caso no se trata de una de las lejanas colonias que en el pasado dieron la espalda a Londres en mejores o peores términos.

Los 4,2 millones de escoceses llamados a las urnas han escuchado un sinfín de argumentos a favor y en contra de la indepedencia. La campaña iniciada por el Partido Nacional Escocés está en marcha desde el 2011 y quienes critican el proceso lamentan que solo se haya hablado de dinero.

Otro tipo de reflexiones, como por ejemplo sobre el futuro de la nación, o sobre la identidad de los británicos y escoceses, apareció en la campaña más bien de forma subliminal. Reino Unido, nación con una gran cultura de debate, no ha hecho honor a su prestigio en este caso.

«La incapacidad de la campaña del 'no' para marcar un tanto concluyente, pasional y convincente a favor de que el Reino Unido permanezca tal y como está, es bastante sorprendente visto desde fuera», afirma el escritor irlandés Fintan O'Toole en el diario Guardian. «En un primer momento me sorprendió el tono de la campaña del 'no', después me dio asco», aseguraba por su parte la escritora escocesa Janice Galloway.

En lugar de sumergirse en un debate de principios, el primer ministro británico, David Cameron, apostó durante mucho tiempo por una estrategia de amenazas. En caso de que los escoceses elijan la independencia, quiere prohibirles el uso de la libra como moneda. Y según la BBC, una semana antes de la votación recurrió a los grandes empresarios y les pidió que anunciaran una subida de precios en los alimentos en caso de que se logre la independencia.

Por su parte, el Ministerio de Finanzas intentó ganar puntos al anunciar a la prensa los planes de cambio de sede del Royal Bank of Scotland si triunfa la independencia antes de que el consejo de administración tomase una decisión al respecto. En tanto, el ministro principal escocés y líder independentista, Alex Salmond, no ha dejado claro que pasará con la moneda oficial si se separan de Reino Unido.

El referéndum escocés llega en un momento de gran descrédito de la clase política. «Ya no hay nadie que diga la verdad», tituló recientemente la revista política Spectator. Y un miembro del gobierno de Londres advirtió que en estos momentos un referéndum sobre la independencia de Inglaterra arrojaría un resultado tan ajustado como prevén los sondeos en el caso de Escocia.

En las últimas semanas de campaña, Cameron ha dado un giro, dejando a un lado la retórica amenazante e intentándolo con una táctica más cercana. «Por favor, quédense con nosotros», pidió el lunes a los escoces, además de prometerles una autonomía máxima bajo el paraguas del Reino Unido. Algunos aseguran haber visto incluso una lagrimilla asomando en el ojo del premier.

Las palabras de Cameron, que aseguró que un voto a favor de la independencia le «partiría el corazón», generaron sin embargo más bien burlas más allá de la frontera norte de Inglaterra. «No solo el corazón, sino también el cuello», apuntaron desde Edimburgo los defensores de la independencia, con la vista puesta en el incierto futuro del primer ministro en caso de que Escocia se independice.

A pesar de que Cameron ha insistido en que no dimitirá, le será difícil mantenerse como líder de una formación que oficialmente se llama Partido Conservador y Unionista si Reino Unido pierde un tercio de su territorio y una décima parte de su población.

Durante mucho tiempo, el primer ministro conservador pareció no tomarse realmente en serio el referéndum escocés. Se confió en las encuestas que daban tan solo el 30 % a los independentistas, ignorando las advertencias de que esa tendencia podría cambiar, como finalmente ha ocurrido en la recta final, que muestra unos pronósticos muy ajustados entre ambas opciones.

«No tenemos un plan B», reconoció hace poco un funcionario de gobierno de alto rango en Westminster. Ni para la economía ni para las cabezas atómicas británicas, que se encuentran emplazadas en Escocia.

A última hora, el líder de la oposición laborista, Ed Miliband, ha llegado incluso a prometer más derechos a muchas zonas inglesas, en el norte del país o en Cornwall, donde hay un pequeño movimiento independentista. En esas zonas se miraría con rabia hacia Escocia en el caso de que consiguiese más autonomía dentro del Reino Unido.

Según escribió James Forsyth en Spectator, el resultado final de la campaña unionista ha sido «pánico, una actividad apasionada y la promesa de convertir a Escocia prácticamente en parte de un Estado federal».