La espesa niebla escocesa

INTERNACIONAL

16 sep 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Que Escocia se encuentra en un limbo está claro, pero ayer esto era incluso observable a simple vista al cruzar desde Inglaterra. Apenas el tren a Edimburgo había atravesado el río Tweed, el paisaje desapareció tras una espesa niebla de la que solo destacaban las copas de algunos árboles, la aguja de una iglesia y alguna oveja ocasional en las colinas. Dentro de los vagones seguramente viajaban muchos votantes camino de las urnas, y es posible que bastantes decisiones finales estuviesen igual de poco claras. Justo a esa hora, David Cameron, más que pedir, suplicaba el voto en un penúltimo intento. «Los conservadores no vamos a gobernar para siempre, yo no estaré aquí para siempre...» Ese era el mensaje: Que nadie vote la independencia para librarse de nosotros, no hace falta. ¿Un argumento demasiado masoquista? Quizás, pero refleja lo que muchos piensan sobre este referendo: que buena parte de los escoceses, más que separarse de Inglaterra, lo que quieren es separarse del partido conservador.

¿La causa? Es una de las protagonistas de la campaña, pero no participa. Ni siquiera está viva: Margaret Thatcher. Como todos los nacionalismos, el escocés apela al pasado para definir la identidad, pero en este caso ese pasado es muy reciente. Los años de Thatcher, recordados aquí como una catástrofe social, están en la raíz de todo esto. El orgullo de la Escocia moderna era más industrial que nacional y la desaparición de las acerías bajo la que, irónicamente, se conocía como la Dama de Hierro, creó una nueva identidad nacional: ser escocés es no querer verse gobernado por los conservadores. En un cartel que cuelga en la Estación de Edimburgo dos osos panda gigantes invitan a visitar el zoo de la ciudad, y hasta eso es aquí una declaración política. «Escocia tiene más osos panda (dos), que diputados conservadores (uno)», reza un eslogan nacionalista. Los nacionalistas quieren que a partir del jueves la comparación sea con el unicornio.

Horas antes, la hermana de un diputado conservador me decía en la Estación de Kings Cross que Cameron hace bien en flagelarse. «Él nos ha metido en este lío». Y sin embargo la ironía es que no son los conservadores, sino los laboristas, quienes pueden acabar convirtiéndose en las víctimas del referendo. Si gana el «sí», sin los laboristas escoceses, los tories tendrán prácticamente garantizada una mayoría permanente en lo que quede del Reino Unido. Incluso si gana el «no» buena parte de los votantes laboristas que se han ido al independentismo del SNP ya no volverán, defraudados por el apoyo del partido a la Unión. El SNP es el que lo tiene más fácil: hasta perdiendo el referendo podrá atribuirse la mayor autonomía que ofrece ahora Londres a la desesperada. Pero también esto está envuelto en la niebla, como todo hoy, porque nadie sabe cuál podría ser el efecto de la decepción, uno de los sentimientos más destructivos y más difíciles de prever.