Elías, el paragüero gallego que sobrevive al «made in» China en Buenos Aires

EFE BUENOS AIRES

INTERNACIONAL

Emigrado de Pereiro de Aguiar con apenas 18 años, fue construyendo un imperio que actualmente sigue funcionando y que le valió en el 2010 el reconocimiento de «Testimonio vivo de la memoria ciudadana»

11 abr 2016 . Actualizado a las 12:43 h.

Casi 70 años después de dejar su Galicia natal, Elías Fernández es el único paragüero de Buenos Aires capaz de sobrevivir al gigante industrial chino con un estilo artesanal y un tesón que lo llevaron a ser nombrado por las autoridades como «Testimonio vivo de la memoria ciudadana».

Emigrado de un pequeño pueblo de Ourense, Pereiro de Aguiar, con apenas 18 años, llegó a la capital rioplatense como muchos otros, escapando, en cierto modo, de un servicio militar cuyas penurias se negaba a vivir. Decidió así aceptar la carta de llamada de un tío y probar suerte en el Nuevo Mundo.

Tras cinco años de trabajo en la Papelera Argentina tenía claro que quería más, fiel al espíritu de progreso del emigrante gallego.

«Quería casarme y tener familia, y lo que ganaba no me daba para mucho. Entonces, les dije a los primos: Mirad, preparadme un atado de paraguas que voy a dejar la papelera y a trabajar de ambulante», explicó Fernández en una conversación con Efe.

Ahí empezó un vínculo con los paraguas heredado de su tío y de su familia política, primero como vendedor ambulante y atrayendo a la clientela al grito de «¡Paragüero! ¡Paragüero!» por las calles de la capital mundial del tango y, más tarde, con una pequeña tienda de barrio.

«Trabajar de ambulante cuando uno es joven no es nada: caminar, caminar y caminar», asegura Fernández a sus 84 años, y cree firmemente que en un trabajo como el suyo, eminentemente artesanal, es imprescindible «tener paciencia, ganas y -por supuesto- vocación». «Después de romper muchos paraguas, aprendí a arreglarlos, porque este es un oficio en el que tú tienes que inventar a veces lo que tienes que hacer», asegura.

En 1957 abrió las puertas de su paragüería, un «emprendimiento» familiar y con poco personal que para Fernández es la clave de haber sobrevivido, año tras año, a la agitada variabilidad económica de Argentina y a sus crisis.

Recuerda especialmente lo convulsa que fue la década de los años 90, «cuando se abrió la importación» a China e introdujeron en el país austral «mercancía más barata que se sabía que no servía para nada... pero servía para enfadar a quienes trabajaban con el calendario en la mano», relata. De los paraguas que se hacen hoy en día «el 90% o más se confeccionan en China» para «ahorrar costes».

Pero, pese a las adversidades, y paraguas a paraguas, Elías fue construyendo un imperio que actualmente sigue funcionando sin tacha.

Fernández habla orgulloso de su obra, de cómo clientes que adquirieron hace 20 o 30 años uno de sus paraguas todavía se acercan a su establecimiento para cambiar alguna varilla que no soportó las inclemencias del tiempo o a renovar la tela. Porque en esto de los paraguas también hay modas.

Su buen hacer y el haber conservado el espíritu originario de una profesión como la de vendedor y reparador de paraguas le valió en el 2010 el reconocimiento de «Testimonio vivo de la memoria ciudadana», otorgado por la Dirección General de Museos del Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.

Ahora, lleva años jubilado pero sigue sin poder evitar acercarse cada día a la paragüería, su pequeño lugar en el mundo, dice con un tono emotivo. «De algún modo hay que hacer pasar el tiempo. Si tuviese que vivir solo de la pensión estaba apañado», bromea el artesano.

Allí, rodeado de paraguas y de las herramientas del taller, supervisa, de algún modo, la labor de las nuevas generaciones que siguen sus enseñanzas.

Su hijo Víctor, que da nombre a la paragüería, está al frente del negocio, y un empleado, casi un miembro más de la familia, es el alumno aventajado de un maestro de excepción.

Sin nietos que continúen el camino iniciado por Elías y por su familia, asegura que el negocio no corre peligro, pues ve claro que su joven aprendiz se siente cómodo entre telas, máquinas de costura y herramientas casi de ebanista.