Un golpe moral a la cultura

Xesús Fraga
Xesús Fraga REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

STOYAN NENOV | Reuters

Los creadores defienden un mapa artístico que no necesariamente debe coincidir con el político

27 jun 2016 . Actualizado a las 07:32 h.

Glastonbury es un clásico icónico en el calendario británico de festivales, tanto por la música como por el vestuario de los asistentes, como las ubicuas botas de goma para sortear el barro. Pero este fin de semana el foco se centró en el resultado del referendo, en el escenario y entre el público. «Nos invade una tristeza infinita, la tristeza que han infligido al pueblo», describió, Larry Gott, guitarrista del grupo James. Damon Albarn, otrora cantante de Blur, lo resumió así: «La democracia nos ha fallado. Nos ha fallado porque estaba mal informada. Y quiero que sepáis que cuando nos marchemos de aquí podemos revertir esta decisión. Es posible».

Glastonbury encarnó los sentimientos proeuropeos porque allí se dieron cita dos de los sectores que más se han destacado en la idea de permanencia en la UE: los jóvenes, por un lado y, por otro, lo que se conoce como el mundo de la cultura. Músicos, artistas, cineastas o escritores, en su gran mayoría, salvo alguna excepción -Michael Caine o Roger Daltrey-, hicieron campaña decidida por el remain. Por eso han pasado de la incredulidad a la indignación y al análisis. Lo que principalmente preocupa al sector, cómo le afectará su nueva condición, se desdobla en los ámbitos de la creación y de la distribución.

El primero de ellos puede salir relativamente indemne. El Reino Unido ocupa una posición de primacía en manifestaciones musicales como el pop o la pujanza de sus escritores. Además, la salida primera y natural de sus productos ha sido, y sigue siendo, Estados Unidos, tanto como espejo en que mirarse -el famoso péndulo que oscila entre ambos países para influirse mutuamente en lo musical- como por lengua compartida. El ejecutivo de una agencia literaria especializada en representar los derechos de autores británicos en todo el mundo reconocía en privado que no cuentan con un gran cambio en lo comercial, pero subrayaba lo que el brexit ha supuesto para ellos y todos los que se dedican a fabricar cultura: un inmenso golpe moral. La retórica antiinmigrante y de tintes xenófobos de los partidarios del leave ha caído muy mal entre quienes saben que la savia que ha permitido la constante renovación de las artes y las letras británicas procede, en gran medida, de creadores llegados de todo el mundo que se han asentado, principalmente, en Londres. Una tendencia que no es nueva -de Händel a Hendrix- y que podría peligrar. 

La segunda cuestión, la de la distribución y la comercialización, puede sufrir más. Una industria como la del cine, que depende cada vez más de coproducciones, puede resentirse. La Unión, junto a Hollywood y los fondos de la Lotería, era pilar fundamental de los filmes británicos: se estima que Bruselas dedicó 130 millones de euros al celuloide entre el 2007 y el 2015. Materias como la regulación común de derechos de autor, en este panorama de descargas, también deberán redefinirse.

Pero, más allá de rupturas, los grandes iconos de la cultura confían en mantener su estatus, sean museos como el Británico o la recién ampliada Tate Modern, o festivales como los Proms o el propio Glastonbury. Como sostuvo en el discurso que dio ante sus editores europeos el escritor Julian Barnes, días antes del referendo, y en lo que se ratifica a la luz de los resultados: «El mapa cultural y sentimental de Europa siempre ha sido distinto del político. Y así seguirá mientras creamos en ello».