Bruselas da 18 meses al Reino Unido para sellar la negociación del «brexit»

Cristina Porteiro
cristina porteiro BRUSELAS / CORRESPONSAL

INTERNACIONAL

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Londres replica y asegura que exprimirá el calendario para lograr el mejor acuerdo

07 dic 2016 . Actualizado a las 07:40 h.

La Comisión Europea quiere acelerar la salida del Reino Unido de la UE. A pesar de que el artículo 50 de los Tratados concede a Londres un plazo máximo de dos años para negociar la ruptura, Bruselas ha manifestado su intención de arreglar un divorcio exprés. «Debe haber un acuerdo antes de octubre del 2018 si Theresa May cumple su palabra y notifica la salida a finales de marzo», aseguró ayer el negociador comunitario para el brexit, Michel Barnier, en su primera comparecencia pública. El francés se mostró inflexible con el calendario, y es que nadie en las instituciones de la UE quiere que la sangrienta batalla que está por librarse interfiera en las elecciones europeas del 2019. 

La advertencia de Barnier no cogió a nadie desprevenido. Las fuerzas proeuropeas desean arrebatar cualquier poder e influencia a los británicos de cara a unos comicios que serán vitales para el futuro del proyecto común del que el Reino Unido se apeó el pasado junio al votar en contra de su permanencia en la UE. Para apartar a los vecinos del otro lado del canal de la Mancha de los debates sobre el futuro de la Unión, Bruselas ha hecho una interpretación peculiar del tratado. Según Barnier, el Gobierno de May solo dispone de 18 meses para negociar. Los otros seis meses se reservan para la ratificación del acuerdo en el Parlamento británico, en la Eurocámara y el Consejo Europeo. El tiempo justo para impedir que concurran a las urnas. 

Londres rechaza las presiones y asegura que exprimirá al máximo el tiempo del que dispone según el marco regulatorio. Se resiste a hincar las rodillas y maniobra en la sombra para tomar posiciones. «El artículo 50 del tratado también es nuestro, ya que somos miembros de la UE. Y el calendario es claro al respecto. Una vez que activemos el artículo 50 usaremos las negociaciones para garantizar el mejor acuerdo posible mientras no se extienda el proceso», replicó ayer a Barnier el portavoz de la primera ministra británica.

Dardos envenenados

El tiempo no es lo único que preocupa a la UE. Más importante, si cabe, es perfilar la relación que mantendrán los 27 en el futuro con el socio disidente. Los cruces de dardos envenenados y las amenazas veladas están enfangando el terreno. Nadie quiere dar el primer paso. «Corresponde al Reino Unido aclarar qué tipo de relación quiere», aseguró Barnier antes de advertir a Londres de que no habrá «picoteos» ni acuerdos a la carta. «Los derechos y los beneficios son para los miembros de la UE, no para terceros países. El acceso al mercado único y las cuatro libertades de circulación de la UE son indivisibles», zanjó.

A pesar de la inusitada unidad y presión que están mostrando en público los 27, May se niega a enseñar sus bazas. «Voy a guardarme algunas cartas en la manga. En una negociación no vas a regalar todo», apostilló ayer. Y eso que pintan bastos para lograr un brexit suave. «Brexit duro, brexit blando, brexit negro, brexit blanco, brexit gris... Lo que estamos buscando es un brexit rojo, blanco y azul», manifestó May en referencia a los colores de la bandera nacional (Union Jack). 

Para ir caldeando el ambiente, los líderes europeos se reunirán el jueves 15 de diciembre al término de la cumbre europea. A la informal no han invitado a May, un gesto que recuerda a su exclusión de la cumbre de Bratislava, el pasado mes de septiembre y que desató la ira de la delegación británica. «Keep calm and negotiate (Mantened la calma y negociad)», les recomendó ayer Barnier con socarronería.

Medio año sin recibir señales

«Sin notificación no hay negociación», repiten al unísono desde hace seis meses las 27 capitales de la UE. El pasado 23 de junio los británicos decidieron poner fin a su andadura en el proyecto común. Los cálculos le fallaron al entonces primer ministro David Cameron, que convocó la consulta pero no quiso asumir sus consecuencias y dimitió. La sacudida política hizo temblar a la UE y a la libra, que cayó en picado.

Tomó el relevo Theresa May, a quien se le puso por delante la difícil tarea de vislumbrar un divorcio digno, diseñar una estrategia negociadora y activar el célebre artículo 50 del tratado, la palanca de salida. A pesar de los regateos y las dudas, acabó asumiendo que no había escapatoria. «Brexit significa brexit», admitió.

Durante el verano echó mano de la vieja tradición de dividir a sus vecinos europeos para conseguir un mejor acuerdo. Más allá de los apretones de manos, ni Angela Merkel ni François Hollande cayeron en la trampa. El eje francoalemán cerró filas y arengó a sus socios a no salirse del guion. Nada de negociaciones paralelas. La consigna fue la misma que lanzó el presidente del Consejo, Donald Tusk: «Estamos unidos. No habrá negociación hasta que el Reino Unido notifique su salida».

Plantón

El mismo mensaje que lanzaron los líderes tras la cumbre extraordinaria de Bratislava en septiembre, la primera sin representación británica. May protestó por el plantón. Sus socios explicaron que no tendría sentido invitar a su país a una cita en la que se dirimía el futuro de la UE tras el divorcio.

Mientras el clima político se enrarecía, el Banco de Inglaterra no dudó en activar un plan de estímulos. Grandes empresas han sugerido que abandonarán el Reino Unido si finalmente se produce un brexit duro. La incertidumbre aumentó a principios de noviembre cuando el Supremo dio la razón a un grupo de demandantes que exigían consultar al Parlamento la desconexión.

La UE designó a sus negociadores con mucha intención. La Eurocámara a Guy Verhofstadt, un vehemente defensor de la UE y fiero rival de los populistas. La Comisión, a Michel Barnier, francés y excomisario de Comercio. Si Londres quiere acceso al mercado único y salvaguardar su principal fuente de prosperidad, deberá aceptar la libre circulación de personas.