Trump se queda empantanado

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

INTERNACIONAL

18 feb 2017 . Actualizado a las 09:13 h.

Está a punto de cumplirse un mes de Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos y parecen años. Y sin embargo, aunque la impresión sea que han ocurrido muchas cosas en estas cuatro semanas, visto de otro modo no ha pasado prácticamente nada. Si apartamos el humo (el humo que echan los medios y el que vende Trump) nos encontraremos con que el cuadragésimo quinto presidente ha hecho más bien poco hasta ahora, y lo poco que ha hecho se ha deshecho por sí solo.

En realidad, Trump solo ha aprobado tres leyes, las tres irrelevantes: la exención que permitió a James Mattis convertirse en secretario de Defensa; la de evaluación de las agencias estatales, que el Congreso aprobó por unanimidad porque era una iniciativa de Obama; y otra sobre transparencia de pagos en la industria petrolera. Nada.

Por comparar: a estas alturas de su mandato, Obama ya había firmado la ley de salarios justos que regulaba las indemnizaciones por discriminación laboral (ha sido tan eficaz que los republicanos no la cuestionan); el programa estatal de seguros de salud para la infancia, que de golpe dio cobertura sanitaria a 4 millones de niños; y la ley de recuperación y reinversión, el gigantesco estímulo fiscal que salvó millones de puestos de trabajo y puso al país en la salida de la recesión.

Obama no es la excepción sino la norma. Todos los presidentes tienen preparada alguna ley importante para empezar con fuerza su mandato. Si Trump tenía pensado algo era quizás una ley sobre inmigración. Pero su proyecto inicial de vetar la entrada de musulmanes tuvo que rebajarlo a una restricción provisional de visados para siete países concretos que, en todo caso, los jueces han liquidado en cuestión de días.

De hecho, si quisiésemos buscar alguna decisión presidencial en este primer mes con un mínimo de impacto, sería la que menos eco ha tenido en los medios: la revocación del Tratado Transpacífico de libre comercio, que, irónicamente, era también una reivindicación del ala izquierda del Partido Demócrata, lo que probablemente explique que se pase por alto al hacer valoraciones hostiles de Trump.

Es innecesario, porque para ponerle mala nota a Trump hay material de sobra, no en lo que ha hecho ni en lo que no ha hecho sino en lo que ha dicho. Su política exterior ha sido una colección de disparates seguidos de un jaleo de desmentidos. Su confusa relación con Rusia, el flanco en el que ha recibido más impactos, ya se ha cobrado la cabeza de su asesor de seguridad nacional (para hacerse una idea, era el puesto de Kissinger en la administración Nixon) y ha abocado a Trump a una guerra abierta con la CIA y el FBI que puede acabar costándole la presidencia.

Es probablemente ahí, con una purga de los servicios de inteligencia, donde Trump empezará su batalla para recuperar el control, pero nada le garantiza el éxito. De momento, el hombre que iba a «sacudir el sistema» solo ha conseguido poner patas arriba la Casa Blanca. El que iba a «drenar el pantano» de Washington se ha quedado él mismo empantanado. Enredado en las tormentas eléctricas de Twitter, el desorden de sus propias ideas y el despiste de sus colaboradores, el tiempo se le va a Trump en gestionar las consecuencias de sus propios bandazos. Es una situación que no puede prolongarse y que, posiblemente, no se prolongará mucho más. La cuestión ahora es si Trump aceptará la humillación de dejarse dirigir por su partido o seguirá revolviéndose contra lo inevitable.