Venezuela, una semana de indignación y de represión

Julio Á. Fariñas A CORUÑA

INTERNACIONAL

Cristian Hernández | EFE

Los venezolanos, acostumbrados a vivir estos días, los más devotos en las procesiones y la gran mayoría en las playas, este año se han pasado la semana de pasión en las calles manifestando su rechazo a la dictadura encabezada por Maduro y soportando una brutal represión que ya arroja un saldo provisional de siete muertos y 350 detenidos. El conflicto está alcanzando unas dimensiones que hasta el camarada Putin ha manifestado su preocupación de que Maduro pudiera acabar como Allende.

15 abr 2017 . Actualizado a las 11:09 h.

Pareciera que el mismo Maduro empieza a caer en la cuenta de que los efectos prácticos del autogolpe protagonizado por sus huestes togadas hace un par de semanas está surtiendo unos efectos bastante diferentes de lo que esperaban.

Esta semana pasada, él y toda su cohorte político-militar se fueron hasta la ciudad de San Félix, en el estado de Bolívar, uno de los más fuertes bastiones chavistas, a conmemorar el bicentenario de una de las principales batallas de la independencia de Venezuela, «la de la victoria de los indios y del pueblo de a pie», según sus palabras y allí, en vez de un baño de multitudes, se encontró al final del desfile cívico-militar con una lluvia de piedras, botellas, huevos, tomates y otros objetos contundentes, lanzados al grito de «maldito» que le obligaron a suspender la transmisión en directo del acto por el canal oficial y a salir en estampida, protegido por sus guardaespaldas.

«Avalancha de amor»

Esta despedida sorpresa, que nada pudieron hacer por evitar el centenar largo de policías desplazados al escenario de los hechos desde primeras horas de la mañana, Maduro no titubeó a la hora de calificarla de «emboscada opositora», pero en su entorno no todos la vieron así. El vicepresidente para el Socialismo Territorial y ministro para las Comunas, Aristóbulo Istúriz, en una entrevista en Venezolana Televisión negó que Nicolás Maduro haya sido víctima de un rechazo multitudinario. «Eso parecía una avalancha, una avalancha de amor. Maduro se sentía como si estuviera en una campaña electoral en ese momento». Precisó que los objetos lanzados contenían mensajes. «Yo agarré una pelota de béisbol que le lanzaron al presidente, iba escrita con un mensaje, después yo se la dí al presidente en el avión».

En las calles de Caracas y otras ciudades del país la afluencia de manifestantes es cada vez mayor, a pesar de los cierres de las entradas a la capital, de las estaciones de metro y del férreo cerco policial del municipio Libertador, que es el que alberga las sedes de los poderes públicos, especialmente el palacio presidencial de Miraflores.

Represión contundente

El despliegue policial, durante las manifestaciones, según testigos directos, no está diseñado en función del mantenimiento del orden público, sino de hacer más contundente la represión frente al derecho de manifestación. Las cargas policiales contra los manifestantes, no solo con las clásicas porras sino también y sobre todo con gases lacrimógenos -gas pimienta, incluido- lanzados también desde helicópteros, incluso contra recintos sanitarios donde se atiende a los heridos y con las ballenas -camiones cisterna- que no tienen problemas de abastecimiento en unas zonas de la capital donde el suministro domiciliario permanece cortado una buena parte del día desde hace casi un año.

La represión policial se complementa con la de los denominados «colectivos», unos grupos paramilitares armados por el chavismo que utilizan para los trabajos más sucios. Son más temidos por la población que los propios uniformados ya que incluso tienen licencia para robar a sus víctimas.

El balance provisional de la represión son siete víctimas mortales, decenas de heridos por traumatismos, contusiones e impactos de perdigones, asfixia y quemaduras de segundo y tercer grado y 350 detenidos, que para el ministro de Interior, Justicia y Paz no son más que «anticristos». Todo ello a pesar de que según el flamante y desconcertante ministro de Defensa, Vladimir Padrino «a los manifestantes no se les toca ni con el pétalo de una rosa».

El «peo»está prendido

A medida que aumenta el ensañamiento del aparato represivo, también aumenta la indignación de una ciudadanía que no tiene nada que perder y lo tiene todo por ganar. Lo tensión política-social que está viviendo. «El peo está prendido», así resumía la situación en lenguaje criollo un veterano chavista.

El momento recuerda el desencadenado por las protestas de febrero de 2014 que duraron varios meses y se saldaron con 43 muertos y numerosas detenciones, siendo la del líder opositor Leopoldo López la más emblemática.

Pero la situación actual no es la misma que la de hace tres años. La economía está mucho peor. El desabastecimiento ha ido a más. La oposición ha logrado una mayoría aplastante en una Asamblea Nacional que ha sido neutralizada a nivel interno vía Tribunal Supremo, pero sigue siendo perfectamente legítima en el exterior del país, lo que ha dejando al descubierto a ojos de todo el mundo -salvo los tontos útiles y los estómagos agradecidos- el talante de un régimen que se niega a guardar las apariencias democráticas más elementales.

Por otra parte, la situación interna de la oposición no es la que era. La experiencia demostró que la vía institucional propugnada por Capriles y la radical liderada por Leopoldo López y María Corina Machado no eran antagónicas sino complementarias.

Tampoco las cosas son lo que eran en el seno del chavismo. Cada vez se va definiendo más el sector liderado por Diosdado Cabello y Tarec El Aissami, quienes fuera del poder solo van a encontrar sitio en la cárcel, porque en cualquier otro país les espera el largo brazo de la justicia. 

Un segundo bloque está integrado por los chavistas que no tienen grandes cuentas pendientes con la Justicia y que están dispuestos a asumir la alternancia democrática antes de perderlo todo. En él encajan perfiles como el de Luisa Ortega, Fiscal General de la República. La gran incógnita siguen siendo el ministro de Defensa, general Vladimir Padrino y la casta militar en cuyo seno también pareciera que existe división de opiniones. Por un lado hay los que se están poniendo las botas a costa de traficar y/o repartir la escasez y por otro los que aún se creen el discurso oficial de que las fuerzas armadas son las garantes de la legalidad constitucional.

Y Maduro, ¿que? Como es evidente que cuando deje Miraflores no se va a ir al apartamento que se autoadjudicó en la Misión Vivienda. En la Habana o sus alrededores el amigo Raúl le debe estar acondicionando ya una dacha para descansar junto a la actual primera dama.