Recorriendo la carretera de la muerte

Jorge Casanova
Jorge Casanova LA VOZ EN PEDRÓGÃO GRANDE

INTERNACIONAL

Carlos Ponce

Pequeñas y grandes tragedias rodean la IC8, el vial que articula la zona donde se originó un fuego de una ferocidad desconocida que arrasó vidas y haciendas

20 jun 2017 . Actualizado a las 13:20 h.

«Unha vida enteira de traballo... Día e noite...». Jorge Tomás Alves, 68 años, termina el relato de la pavorosa noche en la que lo perdió todo con esta frase y dos lágrimas que ruedan por sus mejillas. Está en medio del humo que brota aún de las naves dobladas, de los vehículos calcinados, de la madera convertida en polvo. Todo desapareció en un abrir y cerrar y ojos.

También los treinta empleos de su empresa de transformación de madera. Todo es ya ceniza. La tragedia de este hombre es una de las muchas con las que tropezamos recorriendo la zona cero del más devastador incendio forestal que recuerda la península ibérica. Y pese a todo, Jorge salvó la vida. Que es mucho. Él y su mujer. Explica que, cuando vio venir el fuego, agarró la furgoneta para intentar defender la empresa. Afortunadamente ya no le dejaron pasar. «Habríamos muerto aquí».

El empresario arruinado se queja de que por allí no llegaron los bomberos, ni los aviones. Es un lamento común. El de siempre cuando el fuego quema de verdad. Y aquí lo hizo. Hay lugares donde se aprecian auténticos regueros de aluminio derretido saliendo de coches calcinados; carreteras que atraviesan kilómetros y kilómetros de desolación; bosques de estacas negras y un profundo olor a quemado que se instala en el cerebro. En un aparte de la IC8, el vial que articula la zona más afectada por el fuego, una auténtica carretera de la muerte por la que no cesan de circular coches de bomberos, de otros servicios de emergencias y furgonetas de televisión, encontramos otro grupo de vehículos industriales convertidos en chatarra, literalmente derretidos. De repente, el olor empeora. Y entre las cenizas aparece el cuerpo del perro que el sábado, atado a una cadena, guardaba el parque móvil. Maldita cadena. 

«Foi un milagre»

Todo es sobrecogedor en el entorno de Pedrógão. Nadie recuerda nada ni parecido. No hay referentes para un incendio como este. «Foi un milagre», dice Nathalie, una francesa que lleva ya más de quince años viviendo en la zona y que llena garrafas de agua en una fuente a pie de carretera. Explica que el fuego iba directo hacia su casa pero que, increíblemente, se desvió. Ella lo vio. Y fue la segunda vez que esquivó el desastre. Vio avanzar el fuego cuando estaba fuera de su casa y decidió volver para alertar a sus padres, ya mayores. A punto estuvo de quedarse atrapada en la carretera donde poco después morirían más de treinta de sus vecinos. Ella consiguió salir por un desvío y le dio tiempo a ver cómo el fuego se apiadaba de su casa: «Un milagre», repite. No es la única que usa el término. Entre tanta desolación, algunos dan gracias por haber salvado su casa o incluso la vida. Aunque uno de los empleados de Jorge, de los que ya no tienen trabajo, asegura que pasarán semanas hasta que se cierre el número de víctimas: «Hay muchísimas casas esparcidas por el monte. Verá como aparecerán más cadáveres». Ojalá que no.