Trump cumple su fantasía

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

INTERNACIONAL

AXEL SCHMIDT | Reuters

08 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Donald Trump estaba seguro de haber conocido personalmente a Putin en el 2013, durante la gala de Miss Universo en Moscú. No era cierto, Putin ya se había ido cuando él llegó. Más tarde, el norteamericano creyó que había compartido con el ruso la sala de maquillaje de la CBS para un programa de entrevistas. Resultó que las entrevistas se grabaron en distintos continentes. Trump aún llegó a decir en otra ocasión que había hablado con Putin por teléfono, antes admitir que en realidad había hablado con alguien de su equipo. Fuesen estos fallos de memoria o las fabulaciones narcisistas, el hecho es que ayer Trump pudo encontrarse con Putin, al fin.

Ese interés nunca ha sido mutuo. Durante su campaña presidencial, Trump contó en un mitin que Putin le había llamado «genio». En realidad, la palabra que había usado era «pintoresco». Trump, por lo visto, ve reflejado en Putin su ideal del político: muscular, solvente, autoritario. Putin, el antiguo agente del KGB, el superviviente de las luchas internas del Kremlin de los noventa, es demasiado astuto como para confiar en alguien como Trump. Puede que hasta le recuerde a su antiguo jefe Boris Yeltsin, con la diferencia de que Trump es abstemio, pero por lo demás casi igual de disparatado, irresponsable y peligroso. Pintoresco, en definitiva.

Para cuando se ha cumplido la fantasía de Trump, las cosas han cambiado bastante. La presión de los medios y del ala derecha de su partido le han obligado a rectificar su idea inicial de un acercamiento a Rusia. En abril hizo bombardear una base conjunta ruso-siria, en parte para tranquilizar a quienes le consideraban un agente de Moscú. Hace unos días empezó a decir que ahora sospechaba que Rusia interfirió en las elecciones -lo contrario de lo que decía hasta ahora-. En Polonia se puso duro para urgir a Putin para que «dejase de desestabilizar a Ucrania». Esto, tratándose de Trump, no hay que verlo como un cambio de rumbo sino como un seguir dando tumbos, solo que en otra dirección. Putin, juez frío de personalidades, como todos los que se han curtido supervisando interrogatorios, no se equivocó al desconfiar de Trump.

Pero ayer ese rumbo puede haber cambiado otra vez. Un rasgo de Trump, quizás el más preocupante, es lo influenciable que es. Su reunión con Putin, prevista para durar media hora, se prolongaba ya una hora cuando el equipo de Trump envió a su mujer Melania a ver si podía ponerle fin. Siguió otra hora más. Combinando el relato de Tillerson y el de Lavrov, y leyendo entre líneas, da la impresión de que Putin convenció a Trump de que volviese a negar la interferencia rusa en las elecciones del 2016. También el anuncio de un acuerdo para evitar más roces entre Washington y Moscú en Siria va a ser interpretado como otra concesión a Putin, aunque no es en sí una mala noticia. Esto es, hasta que alguien convenza a Trump de lo contrario.