Una guerra a corazón abierto

Mikel Ayestaran KIEV/COLPISA

INTERNACIONAL

ROMAN PILIPEY

Médicos y enfermeras del hospital de cardiología de Kiev luchan contra el reloj y la falta de fármacos para salvar a sus pacientes y tratar a soldados heridos

04 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La nueva vida de Kiev en guerra discurre bajo tierra. Los hospitales no son una excepción, aquí pocos confían en que Rusia vaya a respetar los centros médicos y por eso los pacientes llevan más de una semana en sótanos y búnqueres. En el hospital cardíaco ICCC de la capital, hay 55 pacientes, todos ellos recién operados de problemas graves de corazón y que precisan seguimiento antes de recibir el alta. Junto a ellos, un centenar de médicos y enfermeras han encontrado cobijo y conviven como una gran familia.

Las habitaciones están ahora tres pisos bajo el suelo. El doctor Grigor Mankovskiy es uno de los responsables y alerta de que, «tras una semana de guerra, notamos la falta de determinados antibióticos. Además, nuestro sistema sanitario no está preparado para una guerra, porque Ucrania es un país de paz». Formado en Alemania y Suiza, este cardiólogo de 35 años es parte del personal que ha decidido quedarse «porque esta es mi forma de luchar y de ayudar al país. Sabemos que es peligroso, pero no vamos a dejar a nuestros pacientes».

Además de antibióticos, la Organización Mundial de la Salud (OMS) alerta que los hospitales se están quedando sin oxígeno. «La situación del suministro se acerca a un punto muy peligroso en Ucrania», sostiene.

Nada más entrar en el sótano, la sonrisa de Ana, de 84 años, ilumina el lugar con sus dientes de oro. Le operaron el mismo día en el que Putin ordenó lanzar su ataque y ahora lamenta que no puede volver a su casa, con los suyos, «porque vivo en una zona al norte de la capital en la que hay combates, así que me espera una larga estancia bajo tierra». En la habitación contigua, un antiguo almacén ha sido reacondicionado como unidad pediátrica y allí están Diana, Aleksei, Kirios, el más pequeño de todos con tres años, Arthur y Ángela. Ven las aventuras de Bob Esponja en la televisión y comparten los teléfonos de familiares y para jugar.

Todos estos niños nacieron con problemas coronarios y han necesitados varias operaciones. Ángela tiene 15 años, le acompaña su madre, que no se separa del teléfono porque espera las noticias de su marido, en casa con los otros dos hijos. También vienen de la zona norte, de esa ruta marcada por la violencia, ya que es el camino por el que intentan avanzar las tropas rusas.

Aunque en las últimas 48 horas Kiev ha permanecido en relativa calma, sin apenas sirenas ni explosiones, no ocurre lo mismo en el cinturón rural de la ciudad donde los rusos han empleado la aviación para dar cobertura al largo convoy de blindados y vehículos militares con el que pretenden asediar Kiev. «Hay guerra, una gran guerra. Aunque estemos aquí metidos y no tengamos cobertura de internet, vemos las noticias y la gente nos llama, sabemos lo que sucede», señala Ángela con serenidad. Tiene unos ojos azules que podrían hacer de espejos, pero están apagados y cuando le miras te invade la congoja.