Virginia Salgado no vivió la gestación del proyecto de la residencia, porque la nombraron directora hace veinte años, cuando el centro ya llevaba diez de rodaje. Eran otros tiempos.
-¿Era muy distinto el trabajo de entonces?
-Cuando llegué ya estaba todo funcionando, y funcionando bien. Pero entonces era solo para mayores válidos, no tenía asistidos. Eran 170 internos y solo teníamos una silla de ruedas. Éramos mucho menos personal y todos hacíamos de todo. Aquello tenía partes buenas y malas. Gestionábamos sin ánimo de lucro y los ancianos pagaban lo que tenían. Si tenían 300 o 500 pesetas, eso pagaban. Muchos de los que estaban bien incluso echaban una mano para poner comedores.
-¿Usted llegó a este trabajo por vocación?
-Sí. Soy animadora sociocultural y llevo 43 años trabajando con ancianos. Es mucho tiempo, pero no se hace monótono. Por las mañanas hay muchas actividades que son fijas, pero las tardes son todas abiertas y distintas. Una residencia tiene que ser como un pulmón de humanidad. Los mayores a veces más que medicinas necesitan un beso y una flor.