Desastre ambiental en O Courel

Francisco Albo
francisco albo QUIROGA / LA VOZ

LEMOS

JAVIER GUITIÁN

Las lluvias causaron fuertes pérdidas de suelo en la zona del valle del Lóuzara arrasada por el fuego el verano pasado

29 abr 2016 . Actualizado a las 22:38 h.

Según todos los indicios, las lluvias de los últimos meses han causado un deterioro ambiental de grandes dimensiones en la zona de la sierra de O Courel que fue arrasada por un incendio a finales de julio del año pasado. El biólogo y catedrático Javier Guitián -antiguo director de la estación científica de Seoane y experto en la flora de la zona-, que visitó el lugar esta semana, señala que las aguas pluviales provocaron importantes pérdidas de suelo en las laderas quemadas, situadas en la margen derecha del río Lóuzara. En su opinión, una buena parte de la zona afectada por el fuego -de algo más de 195 hectáreas de extensión- no podrá recuperar su cubierta vegetal. «Creo que en las áreas de mayor pendiente va quedar solo la roca aflorada y que la vegetación probablemente no va a regenerarse», apunta.

El aspecto que ofrece ahora la zona -indica Guitián por otro lado- es prácticamente igual al que presentaba poco después del incendio, que comenzó el 25 de julio y fue declarado extinguido el 29. Las laderas siguen ennegrecidas y desprovistas de vegetación. «En otros lugares lo normal sería que ya hubiesen brotado brezos y helechos, pero en este caso no ha crecido nada, salvo algunas manchas de musgo en ciertos sitios», explica. En otras visitas que efectuó el biólogo a finales del año pasado y a comienzos del actual no había percibido ninguna mejora en este aspecto. Pero ahora la situación ha empeorado, ya que en las cunetas de la carretera que discurre al pie de las laderas se acumulan grandes cantidades de tierra mezclada con ceniza, lo que indica que hubo fuertes arrastres.

Meteorología desfavorable

Según Guitián, las condiciones meteorológicas que se registraron en la zona desde que se produjo el incendio fueron totalmente adversas para que pudiese rebrotar la vegetación. El verano se caracterizó por una sequedad extrema y durante el otono tampoco se registraron precipitaciones de alguna importancia. De esta manera, cuando empezaron a producirse lluvias, las laderas seguían tan desprotegidas como lo estaban después del siniestro. «Además, todo indica que durante los últimos tres meses las lluvias que cayeron en esta zona fueron bastante torrenciales», agrega el biólogo. Es decir, lo peor que podía suceder en una zona caracterizada por una orografía especialmente abrupta, con laderas muy empinadas -casi verticales en numerosos lugares-, y que ha perdido por completo su cubierta protectora.

Javier Guitián puntualiza que aún queda mucha primavera por delante y que habrá que esperar algún tiempo para evaluar mejor el efecto de la erosión en las zonas quemadas y el alcance de la degradación ambiental. «Pero en las laderas de la margen opuesta del río, que no fueron afectadas por el fuego, se ve que la vegetación ya está rebrotando con mucha fuerza, mientras que en la zona quemada parece que el incendio aún acaba de suceder», añade. «La pinta que tiene todo esto es la de un desastre», concluye.

Un siniestro que hizo desaparecer por completo una masa vegetal de notable valor

De acuerdo con los cálculos realizados por los técnicos de la Consellería de Medio Rural inmediatamente después del incendio, el fuego quemó 187,33 hectáreas de monte bajo y unas ocho de zona arbolada. Pero pese a sus dimensiones reducidas, la pérdida del área boscosa supuso un grave daño ambiental, según indicó en su momento Javier Guitián. El bosque arrasado, que se encontraba a lo largo de un camino que une las aldeas de Cortes y Lousadela, era un importante conjunto de árboles autóctonos -principalmente robles y castaños, muchos de ellos centenarios-, muy representativo de la vegetación de la sierra.

En cuanto a las áreas de monte bajo que ardieron, su vegetación consistía sobre todo en diversas especies de brezo -como la Erica australis-, muy comunes en la zona. No se perdieron comunidades de variedades raras o amenazadas, pero la presencia de esta cubierta vegetal era de gran importancia para retener el suelo de las laderas y frenar la erosión.

Zona apícola tradicional

Por otro lado, las poblaciones de brezos de esta parte de la sierra de O Courel poseen un gran valor como fuente de alimentación para las abejas. En la zona quemada hay un buen número de alvarizas o colmenares tradicionales. Estas construcciones llevaban mucho tiempo en desuso y estaban en gran parte cubiertas por la vegetación. Fue precisamente el fuego lo que las puso al descubierto.

Un relieve abrupto que impidió tomar medidas para paliar daños cuando el incendio fue extinguido

Teniendo en cuenta el relieve abrupto y completo de la zona donde se produjo el incendio del pasado julio -que dificultó considerablemente las tareas de extinción-, poco se podía hacer para paliar los posibles daños ambientales una vez que el fuego quedó extinguido. Javier Guitián ya advirtió por entonces de que no podría hacerse «absolutamente nada» para evitar los arrastres de tierra y ceniza y limitar la erosión de las laderas en caso de que se produjesen lluvias intensas en la zona. En los terrenos escarpados que arrasó el fuego no era posible aplicar remedios como la colocación de barreras de paja para frenar las escorrentías, algo que sí se llevó a cabo tras un incendio que se registró hace unos años en las Fragas do Eume. Una solución de este tipo solo puede ser efectiva en zonas de escasa pendiente.

Así las cosas, lo único que cabía esperar es que se produjesen lluvias suaves y prolongadas que ayudasen a rebrotar paulatinamente la vegetación en las zonas quemadas y que las nuevas plantas compactasen el terreno. Esta circunstancia se dio después de otro incendio que tuvo lugar en una zona muy próxima a esta -en los límites de los municipios de Folgoso do Courel y Samos- en marzo del 2012. Aquel otro siniestro se produjo al final de un invierno muy seco, que fue seguido de un período de lluvias moderadas. Algún tiempo después la vegetación volvió a crecer en los terrenos calcinados y desapareció el riesgo de arrastres.

Pero en esta ocasión no hubo la misma suerte que entonces. Unas condiciones orográficas muy difíciles y una situación meteorológica desfavorable se han combinado para causar un grave daño que previsiblemente dejará unas huellas duraderas en el paisaje de una zona de especial valor medioambiental.