«Elegías de Duino»

H. J. P. REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

03 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Juan Rulfo (Jalisco, 1917-Ciudad de México, 1986) es un gigante, a pesar de su escasísima obra. Nadie lo discute. Su solo nombre nos trae ecos fúnebres de la polvorienta Comala, una de las creaciones más genuinas de la literatura universal. Rainer Maria Rilke (Praga, 1875-Montreux, 1926) es otro mito, uno de los poetas más grandes que ha dado Europa. Son dos afirmaciones obvias. No tan obvia es su peculiar confluencia espiritual. El narrador mexicano se sumergió en la década de los años 40 en la lectura y el estudio de las Elegías de Duino -que Rilke escribió durante su estancia en el castillo que su protectora la princesa Marie von Thurn und Taxis-Hohenlohe poseía en Duino, no lejos de Trieste-. Y tanto profundizó Rulfo en estos textos que decidió elaborar su propia recreación de los poemas, para lo que utilizó, además de sus conocimientos de alemán, dos trabajos previos en castellano: la versión del escritor madrileño exiliado en México Juan José Domenchina (Editorial Centauro, México, 1945) y la traducción de Gonzalo Torrente Ballester y Mechthild von Hesse Podewils (Editorial Nueva Época, Madrid, 1946). Todo lo demás hay que ponerlo en el haber de la genial intuición lingüística y la libertad creativa del autor de Pedro Páramo, quien en realidad reescribe a Rilke. Y en un cierto modo lo mejora, al lograr acercar sus elegías al lector.