Una reseña sobre el prodigio Mendoza

LA VOZ DE LA ESCUELA

El escritor Eduardo Mendoza durante una reciente entrevista después de concedérsele el premio
El escritor Eduardo Mendoza durante una reciente entrevista después de concedérsele el premio Jesus Diges

Un repaso al escritor humorista ganador del más prestigioso premio literario en lengua española, el Cervantes

11 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El año que se fue dejó para sus últimos días una buena noticia: el premio más prestigioso de las letras españolas, el llamado Nobel de la literatura española, fue a parar al novelista Eduardo Mendoza. Que el escritor nacido en Barcelona en 1943 haya ganado el Cervantes 2016 es algo que llenó de regocijo a lectores y comentaristas, por cuanto significa una invitación a releer a uno de esos autores que nadie duda en considerar un clásico en vida y que, y esto no es tan corriente, despierta simpatías sin reparos. Y es que nadie que se haya acercado a sus novelas habrá sido capaz de evitar una sonrisa franca, cuando no haya roto a reír a carcajadas.

En efecto, cada una de sus obras, desde la primera, La verdad sobre el caso Savolta, que escribió cuando ejercía como traductor de la ONU en Nueva York, es sobre todo un monumento a la narración y al humor. Esta crónica de la Barcelona anarquista de principios del siglo XX, considerada la primera novela de la transición, se publicó en 1975 y recibió el premio de la Crítica en 1976. Iba a titularse Los soldados de Cataluña, pero lo impidió la censura.

 El jurado del Cervantes estima que este hito de la literatura «inaugura una nueva etapa de la narrativa española en la que se devolvió al lector el goce por el relato y el interés por la historia que se cuenta», unos valores que el autor «ha mantenido a lo largo de su brillante carrera como novelista». La verdad sobre el caso Savolta, llevada al cine en 1979 en una producción de Filmalppha / Net Difusión dirigida por Antonio Drove e interpretada por, entre otros, José Luis López Vázquez, traza un retrato de la luchas sindicales de principios del siglo XX en Barcelona, «en la estela de la mejor tradición cervantina», según el jurado. «Posee una lengua literaria llena de sutilezas e ironía, algo que el gran público y la crítica siempre supieron reconocer, además de su extraordinaria proyección internacional», continúa el fallo.

Después llegaron El misterio de la cripta embrujada (1979), El laberinto de las aceitunas (1982) y la que muchos consideran su obra cumbre, La ciudad de los prodigios (1986), llevada al cine por Mario Camus. Después, la que la mayoría de sus lectores celebran entre todas, Sin noticias de Gurb (1991).

 Las últimas de sus 15 novelas son El enredo de la bolsa o la vida (2012) y El secreto de la modelo extraviada (2105), protagonizadas de nuevo por el anónimo, y algo chalado, detective protagonista de las primeras.

Mendoza, que también es ensayista y dramaturgo, además de traductor de Edward Morgan Forster, William Shakespeare y Lord Byron, recibirá el galardón de manos de Felipe VI el 23 de abril, coincidiendo con la fecha de la muerte de Miguel de Cervantes. Conviene estar atentos a su discurso, seguro que trufado de ese sentido del humor que afirma llevar en su ADN.

Animación a la lectura

Fabricante de lectores: es el título que le otorgó a Eduardo Mendoza el columnista José María Romera nada más conocerse la noticia (puedes leer el artículo así titulado en http://bit.ly/2ib7hPf). El galardonado es «un infalible anzuelo para atraer a los libros a gente poco habituada a ellos», responde Romera a la pregunta sobre cómo organizar actividades de fomento de la lectura. Y destaca que, a pesar de la apariencia de obras menores de alguna de sus novelas, Mendoza logró recuperar el humor para la gran novela, recogiendo el testigo de Cervantes. «Sin noticias de Gurb me convirtió en un escritor de humor ?declaró el galardonado al poco de saberse premiado?. Es difícil, para bien o para mal, encontrarse a alguien que no conozca el libro en España. Siempre se ha pensado que la novela para ser buena tenía que ser dramática, y era inútil recordar que el Quijote, el Lazarillo de Tormes, las obras de Quevedo o en las de Dickens hay humor».

Contrasta esta opinión de Romera con la que Mendoza manifestó no hace mucho, en el Congreso Internacional de la Lengua celebrado en marzo del pasado año en Puerto Rico. «Me da igual si la gente lee o no. Si la persona tiene inquietudes, leerá», afirmó para justificar que no cree que las instituciones deban fomentar el hábito de la lectura.

El humor a través de una descripción inolvidable

Mendoza pone todo su arsenal retórico al servicio del humor en la concisa descripción de Cortabanyes, uno de los personajes de La verdad sobre el caso Savolta. La caricaturización (pintura que resalta los rasgos más llamativos para exagerarlos) de este abogado se articula en recursos (hipérboles, comparaciones y metáforas) que van degradándolo hasta su total cosificación. Al ir reduciendo su humanidad a objeto, el narrador conduce al lector hasta el desprecio burlón del personaje.

Para subrayar los rasgos más desagradables de Corbanyes, el autor recurre a un rico juego de contrastes ?marca de la casa, empezando por el empleo de cultismos y tecnicismos que parecen desentonar del asunto? que cobran especial intensidad en la alusión a la conocida obra de Juan Ramón Jiménez Platero y yo, icono de la prosa lírica. Tras semejante despliegue, el lector admitirá sin parpadear la última tríada de epítetos con que remata, en significativo contraste con el resto del texto.

« Cortabanyes jadeaba sin cesar. Era muy gordo; calvo como un peñasco. Tenía bolsas amoratadas bajo los ojos, nariz de garbanzo y un grueso labio inferior, colgante y húmedo, que incitaba a humedecer en él el dorso engomado de los sellos. Una papada tersa se unía con los bordes del chaleco; sus manos eran delicadas, como rellenas de algodón, y formaban los dedos tres esferas rosáceas; las uñas eran muy estrechas, siempre lustrosas, enclavadas en el centro de la falange. Cogía la pluma o el lápiz con los cinco deditos, como un niño agarra el chupete. Al hablar producía instantáneas burbujas de saliva. Era holgazán, moroso y chapucero».