Grupos de interés

Xosé Carlos Arias CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA. UNIVERSIDADE DE VIGO

MERCADOS

11 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Los grupos de interés son organizaciones que cuentan con una pésima fama, lo cual, al menos en alguna medida, está justificado: moviéndose entre bambalinas, su misión es presionar continuamente a todos aquellos que toman decisiones, principalmente en el ámbito de la política, con el fin de que estas queden sesgadas hacia lo que conviene a los miembros del propio grupo, alejándose por tanto del interés común. Una corriente de análisis muy influyente en las últimas décadas ha llevado hasta el final la demonización de este tipo de organizaciones, al ver en ellas meras «buscadoras de rentas». En esa visión, la multiplicación de los grupos y el gran aumento de su influencia en el mundo desarrollado representa un gran peligro para el crecimiento económico, pues la sociedad (presentada a veces, exageradamente, como «una sociedad de búsqueda de rentas») destina buena parte de sus esfuerzos a repartir la tarta existente (es decir, la renta y la riqueza) en más y más pedazos, olvidando lo fundamental: hacer crecer la tarta misma.

Para valorar hasta qué punto resulta acertada esa visión, es muy importante la cuestión del tamaño de los grupos. Porque si en una determinada economía los grupos que tienen notable capacidad de presión sobre el poder político son de dimensión muy reducida, entonces el punto de vista anterior estará justificado. A ello contribuye, además, la mayor eficacia y profesionalización que este fenómeno ha alcanzado en los últimos tiempos, a través de la pujanza de las empresas de cabildeo (lobby) que tanta presencia tienen en las ciudades en las que se toman las grandes decisiones, como Bruselas o Washington.

Sin embargo, cosa muy distinta ocurrirá en el supuesto de que los grupos predominantes sean poderosos, pero de amplio espectro; es decir, que aglutinen los intereses de millones de personas, con frecuencia de un modo transversal. En ese caso, podría estar justificada una percepción totalmente opuesta a la anterior: los grandes grupos -pongamos los grandes sindicatos y organizaciones empresariales- pueden jugar un papel inclusivo, al instituirse en estructuras necesarias para la vertebración social. Obsérvese que según esta concepción los grupos son imprescindibles para habilitar vías de salida a la política a través de la negociación. Hasta el punto de que en numerosos países se les ha dado un papel en la propia estructura del Estado, a través de organismos como los consejos económicos y sociales (ese es el llamado corporativismo). Serían, en definitiva, una forma más de expresión de la pluralidad democrática.

Todos estos debates están de algún modo presentes en el libro que un notable grupo de politólogos y economistas acaba de publicar con el título Los grupos de interés en España (editorial Tecnos). Se trata de una lectura muy recomendable para todos aquellos que quieran conocer cómo se dispone la acción colectiva de los grupos organizados en nuestro país; y ello en relación con diferentes sectores (el eléctrico o el farmacéutico), y frente a las distintas administraciones y políticas específicas (desde la educativa a la nuclear). Aunque la intención de estos estudios sea más descriptiva y analítica que valorativa, pasando por sus páginas se va percibiendo que en el fondo los grupos no son por sí mismos buenos o malos: el criterio para juzgarlo radica más en la actitud y los mecanismos concretos que la sociedad disponga ante su actividad. Y ahí destaca, desde luego, la transparencia: allí donde esta sea manifiestamente mejorable (como es el caso de España, según acreditan los estudios comparativos internacionales), una presencia expansiva de los grupos de interés puede llegar a resultar altamente perniciosa.