La economía española está cambiando

Xosé Carlos Arias
Xosé Carlos Arias CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA DE LA UNIVERSIDADE DE VIGO

MERCADOS

EXTENDA | EUROPAPRESS

22 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Curiosa situación la que está viviendo la economía española. No hay duda de que la actividad se desacelera y negar que tenemos problemas —como el de la inflación— con los que hace poco tiempo no contábamos sería absurdo. Pero las perspectivas de unos meses atrás eran tan malas (alimentadas por un irresponsable catastrofismo) que ahora parece todo lo contrario, es decir que cada nuevo dato del cuadro macroeconómico —ya sea relativo a la inflación general, el empleo o el crecimiento del PIB— equivale a una buena noticia. Aunque también lleguen algunos menos favorables, como los de renta per capita o inflación subyacente. En realidad, lo que ocurre es que estamos en una coyuntura muy compleja, oscura en sí misma, pero bastante aceptable si la comparamos con lo que ocurre en otros países o con nuestras anteriores expectativas.

Pero más allá de lo coyuntural, algunas cosas nuevas y de gran calado están ocurriendo en la economía española. Por ejemplo, el afloramiento espontáneo de una parte de la economía sumergida, cuyo tamaño ha sido uno de nuestros problemas crónicos. En la salida del confinamiento el deseo de beneficiarse de las ayudas públicas llevó a la regularización de un cierto número de actividades que permanecían en la sombra. Uno de tantos efectos inesperados —en este caso positivo— provocados por la pandemia. No es extraño que el crecimiento haya sido muy vigoroso en los dos últimos años (y quizá más aún de lo oficialmente reconocido, pues cada vez hay más expertos convencidos de que habrá una fuerte revisión al alza del dato de crecimiento del 2021).

Pero hay dos fenómenos nuevos muy singulares que destacan por su importancia, ya que, de confirmarse en los próximos años, supondrían un cambio notable en el modelo tradicional de la economía española. Me refiero a la evolución del empleo y el auge de las exportaciones. Dos asuntos que hasta hace muy poco constituían verdaderos agujeros negros.

En cuanto a lo primero, esta es la primera crisis económica de entidad en mucho tiempo que no provoca un tsunami de destrucción de empleos. Actividad económica y empleo se han desacoplado ahora, por primera vez, a favor de este último. De hecho, el 2022 terminó con más de 800.000 afiliados más a la Seguridad Social que antes de la pandemia. Cierto que es una materia en la que seguimos estando a la cola de Europa, pero —si se considera también las mejoras en términos de calidad del empleo creado— la evolución de los mercados laborales está siendo muy virtuosa. ¿Mérito de la política aplicada? Sin duda. Pero quizá hay algo más, con los cambios en las dinámicas productivas y sus impactos en los mercados de trabajo, que aún no comprendemos del todo.

Por su parte, la evolución de exportaciones no deja de asombrarnos. Ahora hemos sabido que en el 2022 —hasta noviembre— crecieron nada menos que un 24 %. En ese año, según la AIRef, el sector exterior habrá aportado 3,2 puntos al crecimiento general, acumulándose ya un período de diez años consecutivos de superávit de la balanza por cuenta corriente. El carácter extraordinario de estos datos destaca más si se recuerda que antes del 2008 radicaba aquí uno de los mayores desequilibrios —que se mostraron catastróficos poco después— de la economía española: durante varios años el déficit comercial se acercó al 10 % del PIB. La internalización de las empresas y el aprovechamiento de algunas oportunidades en los mercados europeos explican este tan positivo viraje.

La economía española sigue teniendo algunos graves problemas de fondo —y la baja productividad no es el menor—, pero algo está cambiando ante nuestros ojos que hace pensar en un futuro mejor.