Momento proteccionista

MERCADOS

Juan Ignacio Roncoroni | Efe

11 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Si algo muestra la historia del comercio internacional a lo largo del último siglo es que cuando los movimientos proteccionistas se generalizan y producen de una forma agresiva, el resultado acaba siendo malo para todos. Para los que ven sufrir directamente su capacidad de exportar, desde luego, pero también para quienes desataron las hostilidades y cerraron sus mercados, que al final suelen ser alcanzados por las represalias de los primeros. Por eso se dice que las eras de proteccionismo son proclives a bajas tasas de crecimiento para el conjunto mundial.

No hemos llegado todavía a una situación así: hablar de era proteccionista sería una exageración. De hecho, después de la fuerte caída provocada por la pandemia, los datos del comercio global muestran una línea expansiva (una tendencia de la que, dicho sea de paso, la economía española ha participado de una forma explosiva, para sorpresa de muchos). Pero es verdad que cada vez hay más señales de un aumento de las restricciones al comercio. En realidad, no es algo estrictamente nuevo: lo arrastramos desde hace quince años, pero es un fenómeno que va a más: ya hemos mencionado alguna vez que las medidas proteccionistas en todo el mundo se doblaron entre el 2009 y el 2019. Pero es que entre ese último año y el 2022 se volvieron a doblar, mostrando una línea de evidente aceleración.

No son pocos los gobiernos que están tratando de apartar una parte importante de la actividad productiva nacional de las cadenas globales de valor, a las que estuvieron estrechamente vinculados durante más de treinta años. La ruptura producida en algunas de esas cadenas y el nuevo panorama geopolítico —dos fenómenos interrelacionados — son las causas principales de ese cambio. Un organismo muy sensible ante esos asuntos, el Fondo Monetario Internacional, lo acaba de afirmar en términos muy taxativos: «El sistema de comercio global liberal encara un momento existencial, con muchos países crecientemente preocupados por que una mayor integración económica comprometa su seguridad nacional».

Recordemos, además, el viejo y racional argumento de la industria naciente para defender un aumento ordenado del proteccionismo (sin lo cual un país que ha quedado rezagado nunca alcanzará al de delantera): la clave ahora está en que casi todas las industrias de vanguardia (del vehículo eléctrico al hidrógeno verde) son nacientes. Los motivos razonables para una mayor protección se entrelazan, por tanto, con los que acaso lo son menos.

El titular probablemente más repetido ahora mismo en la prensa económica de todo el mundo es «el retorno de la política industrial». Un hecho indiscutible y trascendente, con gran proyección hacia el futuro, y que puede traer consigo ganancias importantes para muchas economías: este el momento para que el tan cacareado «cambio en el modelo productivo», que hasta ahora no ha pasado de la retórica, se convierta en realidad. Es la gran oportunidad de encontrar una línea de sinergias entre la inversión pública y la privada para modernizar a fondo estructuras económicas como la nuestra.

Pero también encierra algunas amenazas de primer orden.Y la más importante la empezamos a ver ya: ninguna de las dos potencias, Estados Unidos y China, disimula sus comportamientos muy agresivos en relación con las dinámicas de transformación digital y medioambiental. En el caso norteamericano, su Ley de Reducción de la Inflación nos pone también a los europeos en situación de grave dificultad. Porque esa es la peor versión del proteccionismo: la que trata de mejorar la posición propia hundiendo al vecino, si hace falta. El resultado lo conocemos: al final, todos pierden.