Orwell nunca llegó tan lejos

Serafín Lorenzo A PIE DE OBRA

SANTIAGO

25 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Si quiere saber cómo invirtió su tiempo a mediados de noviembre del 2004, por señalar un tramo anodino cualquiera del calendario, solo tiene que repasar los movimientos de sus tarjetas bancarias. No hay notas biográficas más fidedignas que las que deja el uso de ese plástico del demonio. Todo está allí. Su banco, amigo, tiene acceso a la información más valiosa y a la, en apariencia, más irrelevante. Sabe si acostumbra a comer fuera o se apaña en casa. Está al tanto de sus hábitos de consumo. Si tiene televisión por cable. Si puede permitirse la saludable costumbre de ir al cine con cierta regularidad. En qué zapatería se calza. Dónde se viste. Cuál es su librería de cabecera. Si paga derechos de autor por la música que escucha, e incluso si, con los años, los viejos discos de jazz han ido ganando terreno en los estantes de su salón a los pulidos clásicos del rock. Y, por supuesto, si sale de vacaciones, en qué medio de transporte, a qué lugar y en qué alojamiento.

Orwell y Huxley se adelantaron varias décadas a su tiempo al retratar sociedades asfixiantes en las que imperaba el hipercontrol. Sus distopías fueron certeras, pero hoy suenan cándidas y timoratas. El seguimiento del dinero que usted gasta sin tener siquiera necesidad de verlo permite trazar un mapa inequívoco de todas sus andanzas. Consulte, consulte sus extractos bancarios. Y todavía nos sorprendemos, en nuestra ingenuidad, de que los miles de cámaras instaladas en nuestras ciudades y carreteras graben cada movimiento. La información es poder. Y su banco la tiene toda. Sean buenos.