La voz de «Titanic» continúa emocionando 20 años después

FUGAS

MARIO ANZUONI

Céline Dion rescató del recuerdo My Heart Will Go On en los Billboard Music Awards, conmoviendo con una de las canciones más exitosas de la historia del pop

27 may 2017 . Actualizado a las 09:01 h.

En plena avalancha de aniversarios de iconos musicales -del 50.º aniversario del Sgt Peppers de The Beatles al 40.ª del Nevermind The Bollocks de Sex Pistols , pasando por el 30.º del The Joshua Tree de U2- casi nos habíamos olvidado que una de las piezas más omnipresentes de la música popular de las últimas décadas también está señalada en el calendario. El My Heart Will Go On de Céline Dion, publicada en 1997, también celebra su cumpleaños, el 20.º. Lo tuvieron presente en la gala de los Billboard Music Awards del pasado domingo. Allí, surgiendo de una lámpara de cristal, apareció como un fantasma de otro momento.

Engalanada con un vaporoso vestido del diseñador Stephane Rolland, que potenciaba esa sensación irreal, la cantante interpretó la célebre pieza final de la película Titanic. Compuesta magistralmente por James Horner, se trata de una de esas baladas poderosas que mezclan lírica, épica, preciosismo y romanticismo en las proporciones exactas. Posee una melodía creada con la clara intención de reblandecer corazones. Cuenta con un crescendo que apela al desarme emocional. Y se interpreta de un modo tal que solo una garganta privilegiada puede lograr. Existen cientos de canciones así. Pero esta se convirtió en La Canción. La que musica la historia de miles de parejas. La que suena en los karaokes de medio mundo. La que cantan los aspirantes a estrella en los talent-shows. La que despierta un sinfín de emociones adormecidas. La que se odia. Sí, también.

El domingo en T-Mobile Arena de Las Vegas, Céline Dion la volvió a cantar con la pompa exagerada de este tipo de galas. Ya no estaba tan presente en los medios. Pero impresionó totalmente al público. Arrancó las lágrimas de más de uno. Y reclamó un sitio en la historia del pop que quizá se había desdibujado. Se trata de uno de los singles más vendidos jamás, despachando 15 millones de copias. Los álbumes que la incluían, la banda sonora de Titanic y el elepé suyo, Let’s Talk About Love, llegaron a 30 y 33, respectivamente. Fue número uno durante un sinfín de semanas en países como EE.UU., Inglaterra, Alemania, Suiza o Canadá. También ganó cuatro premios Grammy y el óscar a la mejor canción original. Pero sobre todo, Céline Dion, logró coronarse en el llamado «gusto convencional». De ahí, ese odio antedicho.

Ese es el término que usa Carl Wilson en su ensayo Música de mierda para encuadrar a Céline Dion como una reina «ajena a cualquier tipo de subcultura validadora». El crítico norteamericano, firma de medios como The Globe, New York Times o Pitchfork, escribió ese libro precisamente basado en la repulsa que le generaba la artista en general y ese tema en particular. Consciente de que su caso no era el único -no pocas son las plumas musicales que han ridiculizado sin piedad a la canadiense, hasta ser incluso caricaturizada en la serie de animación gamberra South Park- se propuso indagar el porqué de esa animadversión tan subrayada que deambula entre la inercia, el esnobismo, el postureo y la sinceridad.

La artista, residente en el lujoso mundo de las divas pop con un exitoso espectáculo en el Caesar Palace de Las Vegas, permanece totalmente ajena a las tribulaciones de la crítica. Y su público, el que se acerca a su música por su belleza y el placer que le proporciona, generalmente también. Aquella canción, de la que inicialmente recelaba, logró conectarla con millones de personas en todo el mundo. Su marido y mánager, René Angelil, la convenció para que, al menos, hiciera una prueba. La registró en una demo, sin más. Con su fragilidad, sus tirabuzones vocales y su tramo final a pleno pulmón. Sobre esa maqueta se construyó My Heart Will Go On, añadiendo posteriormente la instrumentación.

Efecto dominó

En cuanto sonó en el filme, ligada al apasionado romance de Leonardo DiCaprio y Kate Winslet, se produjo un efecto dominó. Sobrepasó todas las previsiones.Ahí nadie se burló de su sentimentalismo y exceso. Eso resultó más bien una reacción a su omnipresencia y el éxito descomunal de la pieza. Un rechazo verbalizado desde ese «buen gusto» que Carl Wilson cuestiona en su obra. La aparición del domingo sirve para validarla de nuevo. Ella es quien es: una entertainment de voz prodigiosa a la vieja usanza. Y My Heart Will Go On, veinte años después, también: una canción eterna. Lo de meterla en el cajón kitsch, escucharla como un placer culpable o disfrutarla sin más ya depende del gusto del consumidor.