Sancho Gracia

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

10 ago 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Era un hombre enamorado de Mondariz. La última vez que nos vimos fue en Vigo hace un año. Allí compartimos tarde y cena, con una tertulia que duró hasta las tres de la madrugada. Me había pedido que participase en la presentación del Festival Rías Baixas, que incluía su recitado de «versos bandoleros y canciones escondidas». Estaba feliz y soñaba con nuevos proyectos. «Me han contado la historia de un tal Pedro Madruga de Soutomaior. Es bárbara, fantástica. ¿Cómo no me hablaste nunca de él? Tienes que escribirme algo cuanto antes», dijo. En años pasados yo había hecho para él los guiones de Huidos (película) y El último maquis (televisión) y un capítulo del Curro Jiménez de Antena 3. Su entusiasmo era desbordante. En los meses siguientes a la cita viguesa, hablé con él varias veces por teléfono y pude observar cómo el tono de su voz iba transitando de la esperanza confiada a la negrura monosilábica del desapego vital. El cáncer de pulmón, antes vencido, volvía a por él y esta vez para llevárselo.

Sancho Gracia pertenece a la estirpe de los grandes actores españoles, curtidos sobre los escenarios teatrales y ante las cámaras de cine y televisión. Él tuvo la suerte de empezar su carrera de la mano de la gran Margarita Xirgu, trabajando con textos de Shakespeare y García Lorca, y de interpretar luego a personajes de los principales dramaturgos (Albert Camus, Harold Pinter, Arthur Miller, Jeremy Saunders, Robin Maughan o Albert Roussin). La popularidad masiva le llegó con la serie de televisión Curro Jiménez, que tuvo gran éxito dentro y fuera de España. Yo mismo pude ver un capítulo en un hotel de Praga, emitido por una cadena de la aún llamada Checoslovaquia. Vitalista, enérgico, audaz y desafiante, era también tierno, sensible y muy buen amigo de sus amigos. Sé de uno al que despidió de un trabajo sin consentir que eso dañase su amistad. «El trabajo es una cosa y la amistad otra», decía, convencido de que esta era para siempre. Vivió intensamente, como algunos de sus personajes (Curro, El Empecinado o el protagonista de 800 balas de Álex de la Iglesia). Se sentía muy a gusto en el pellejo de tipos duros que afrontan las dificultades con coraje. Quizá porque él era uno de ellos.