Presupuestos agonizantes

Xaquín Álvarez Corbacho
Xaquín Álvarez Corbacho LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

02 oct 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Si retiramos las transferencias corrientes del proyecto de presupuesto de gastos del Estado para el 2013, existen otros dos gastos relevantes cuya cuantía y evolución marcan de forma significativa su contenido específico. Unos son los gastos de personal y otros los gastos financieros (intereses y comisiones) derivados del endeudamiento público. En el 2008 los gastos de personal (activos, cargos y clases pasivas) eran 31.318 millones de euros, mientras los gastos financieros sumaban 16.679 millones. Cinco años después (2013), el gasto de personal se estima en 33.000 millones y el gasto financiero en 38.600 millones. Estas dinámicas son significativas de los cambios y de las prioridades actuales: primero hay que atender los costes de la deuda y después cubrir como se pueda todo lo demás. Por eso los mercados financieros presionan y mandan. Por eso la Unión Europea es un entramado institucional con deficiencias excesivas. Y por eso la quiebra moral que afecta a nuestra convivencia puede alcanzar límites y consecuencias incalculables.

El escenario es cada vez más transparente. Los Presupuestos Generales del Estado también doblan la rodilla ante los mercados financieros. Si en el 2013 los costes de la deuda aumentan 9.700 millones con respecto a lo pagado en el presente ejercicio (28.913 millones), los recortes en el gasto y los aumentos impositivos satisfacen primero a los señores del dinero. Y si queda algo dicen que mantendrán el poder adquisitivo de las pensiones y subirán las becas. Pero estamos ante promesas confusas y cuestionables. Mantener el poder adquisitivo de las pensiones en el 2012 y el 2013 requiere un gasto adicional de 5.000 millones y unas previsiones sobre el crecimiento de la economía que deben fundamentarse con más solvencia y rigor. Y similares argumentos pueden aplicarse al aumento de las becas.

Los presupuestos de las Administraciones son un instrumento básico cuya finalidad principal es civilizar a los mercados. Están obligados a generar y mantener bienes y servicios públicos, redistribuir rentas, estabilizar la economía, así como fomentar su crecimiento. Pero la política actual es inacabada y además -al contrario de lo que sucede con la sinfonía de Franz Schubert- desafina. Porque si los mercados financieros son el primer responsable del desaguisado y sus dirigentes continúan enriquecidos y mandando, el cinismo, el empobrecimiento y la inmoralidad pueden alcanzar cotas insospechadas. Si el coste de la deuda crece y permanece, mientras las asignaciones presupuestarias destinadas a sanidad, educación, desempleo o inversiones soportan la situación, la experiencia nos dice que resultan inexorables el descaro, la mentira y la indignación. Aunque el señor Montoro insista que vamos por el buen camino.