La pederastia es el último límite

Manuel Fernández Blanco
Manuel Fernández Blanco LOS SÍNTOMAS DE LA CIVILIZACIÓN

OPINIÓN

10 jul 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

La detención de ocho hombres (cuatro de ellos gallegos), en la última de las ya habituales operaciones contra la pornografía infantil en España, nos lleva a preguntarnos si la pedofilia y la pederastia son una realidad en aumento en nuestra sociedad. La explotación, maltrato, y abuso de la infancia fue una constante a lo largo de la historia de la humanidad. Una realidad que creíamos prácticamente erradicada en las sociedades que velan por los derechos del niño. Es difícil saber si este tipo de perversión es cada vez más frecuente, porque esta siniestra realidad no se presta a la estadística, aunque los clínicos sabemos, tanto por la práctica con niños como con adultos, que el abuso sexual en la infancia es una realidad mucho más habitual de lo que se cree, y que sus indicios son a menudo negados por el horror que suscita admitir esa posibilidad que, con frecuencia, tiene su origen en el entorno más próximo del niño.

El abuso sexual en la infancia es prácticamente la única línea infranqueable en la sociedad de la permisividad de los goces. Actualmente cualquier práctica sexual se considera legítima si es el resultado del consentimiento entre dos personas adultas sin limitaciones en su capacidad de juicio. Hoy en día el término perversión sexual ha caído en desuso, porque la perversión es un concepto de la época en la que la moral sexual era normativa. Queda como límite, esperemos que infranqueable, la pederastia precisamente porque no puede cumplirse, en las edades infantiles, la condición de práctica consentida. Esto sitúa a la pederastia como el único goce auténticamente prohibido en la actualidad.

No sé si hay más pederastas que antes, lo que sí sé es que Internet permite constituirlos mucho más fácilmente en una comunidad de goce. En Internet se pueden hacer explícitas todo tipo de preferencias sexuales desde el anonimato inicial, lo que favorece constituir redes antes difícilmente imaginables. Por ejemplo, en Alemania existen foros de personas con fantasías canibalísticas. Esto hizo posible que Armin Meiwes, más conocido como el «caníbal de Rotemburgo», encontrara a varios candidatos a ser comidos vivos y que pudiera seleccionar a uno para realizar su fantasía, cosa que sería muy difícil de lograr antes de la generalización del uso de Internet.

Igualmente vemos, como testimonian los intercambios entre los supuestos pederastas recientemente detenidos, que la Red permitía la expresión de todo tipo de fantasías de abuso y tortura de niños, así como podía ser un facilitador de la organización para su realización práctica. Este fenómeno es lo nuevo, no la perversión en sí que desgraciadamente es tan antigua como la humanidad.