Escoceses

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

17 sep 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

La Royal Mile es la vieja espina dorsal de Edimburgo. Unos 1.600 metros forrados de adoquines y encanto que unen el castillo y el Parlamento. Allí desfila, impertérrito, con su falda escocesa, un miembro de la guardia imperial... de La guerra de las galaxias. Las pegatinas del Yes adornan las cabinas telefónicas rojas, vacías por culpa de los mismos móviles que las fotografían sin piedad. La estatua de Adam Smith también luce un Sí. Cerca, a Wellington le han colocado un cono separatista en la cabeza. Más allá, Sherlock Holmes muestra un Yes en la solapa.

Separatistas y unionistas se ríen con el chiste del año, ese que dice que es más fácil ver un oso panda en Escocia que a un diputado tory. De los 59 representantes que corresponden a los escoceses en Westminster solo uno es conservador. David Mundell. «Es el William Wallace de David Cameron», apuntan con sorna. Una mujer, enfundada en una camiseta negra cruzada por el Yes, baja la voz y confiesa, con más prevención que si hablara de los célebres fantasmas patrios o del monstruo del Lago Ness: «¿Sabes? Tengo amigos que han votado a los tories». Y añade: «No te preocupes por tu inglés, el mío es peor, yo soy escocesa». Más allá, el gaitero toca de nuevo. Parece el arranque de Flor de Escocia, uno de los dos himnos oficiosos, el que se canta antes de que jueguen sus equipos de rugbi y de fútbol. El otro es Escocia la valiente. Paradójicamente, es más duro con Inglaterra el de la flor, que recuerda el triunfo sobre el «ejército de Eduardo», que el de la bravura. Aunque esta última canción hable de que los escoceses anhelan sentir «el beso de la lluvia en sus caras», en los taxis siguen anunciándose apartamentos de la Costa Blanca. Y algún cartel celebra la unión de distintos países, pero en la Ryder Cup.