Para combatir la corrupción: primera regla

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

23 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando en 1788 James Madison, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, explicaba a sus conciudadanos las buenas razones por las que sus representantes estatales debían ratificar la Constitución aprobada en Filadelfia un año antes, proclamaba una idea, que hoy, transcurridas largamente dos centurias, sigue teniendo una vigencia indiscutible: «Si los hombres fueran ángeles, el Gobierno no sería necesario. Si los ángeles gobernaran a los hombres, ningún control sobre el Gobierno, externo o interno, sería necesario».

Pero los humanos, ¡ay!, no somos ángeles y es de ahí, de nuestra propia naturaleza, de donde nace el vicio madre -la ambición descontrolada- del que la corrupción es hija predilecta. La idea es ya muy vieja: Thomas Hobbes la explicó con una claridad y contundencia irrefutables en una obra (Leviatán) que se publicó en 1561, hace casi, pues, medio milenio.

Nada han podido, sin embargo, ni la historia, ni la filosofía política, ni aun el sentido común más elemental para desterrar la idea que hoy comparten en España todos los partidos y muchos de sus respectivos electores: que la corrupción no nace de la naturaleza humana, sino de una ideología equivocada. Por simplificar: la derecha piensa que la izquierda es naturalmente corrupta y la izquierda que la corrupción es patrimonio de la derecha. La izquierda cree que sus corruptos son la excepción y no la regla y la derecha está convencida de que las excepciones son las suyas.

Claro está que todo sería más fácil si resultase de ese modo: bastaría con echar del poder a la derecha o a la izquierda para extirpar la corrupción. Ocurre, por desgracia, que la corrupción política no conoce ideologías y que su presencia depende de dos factores esenciales: la eficacia de los controles existentes para combatirla y el tiempo que un partido permanezca en el poder.

El PP está ahora asediado por la corrupción por la misma razón por la que lo estuvo el PSOE al final del felipismo: porque manda mucho en muchas partes. Por lo mismo que hoy lo está CiU en Cataluña y el PSOE en Andalucía. A veces es suficiente con que los focos fijen su atención en un partido, aun sin poder, para que empiecen a verse cosas raras: que se lo digan, si no, al becario Íñigo Errejón, flamante dirigente de Podemos, que anda ya con plomo en el ala antes de haber tomado la salida.

Es por eso -porque ni la honradez es patrimonio, ni la corrupción vicio, de ninguna sigla-, por lo que hay que establecer reglas de control eficaces, para que los corruptos, que pueden estar en cualquier partido y agazaparse bajo cualquier ideología, sean descubiertos y castigados de acuerdo con las leyes. Esa es, creo, la primera regla para combatir la corrupción. El «y tú más» parece, por el contrario, la mejor forma de que se perpetúe para siempre.