Sin jóvenes no hay futuro

Manuel Lago
Manuel Lago EN CONSTRUCCIÓN

OPINIÓN

03 ene 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Se acaban las vacaciones y muchos de nuestros jóvenes se vuelven a ir. La alegría del reencuentro de hace unos días se transforma en la tristeza de la despedida. Muchos, demasiados en realidad, de los jóvenes en el entorno de los treinta años se han tenido que ir fuera para buscar una oportunidad de vida que aquí no encuentran. Lo sabemos por las estadísticas, pero cuando los ves y les pones cara, cuando reconoces en ellos a los hijos y las hijas de tus vecinos y amigos, se hace más evidente el drama de la nueva emigración que estamos sufriendo.

Es cierto que hay casos que son por decisión voluntaria, un deseo de nuevas experiencias en un espacio de integración europea. O que, aun no siendo deseado, se trata solo de una fase temporal en la vida profesional y personal. Pero no vale engañarse: para la gran mayoría es volver a pasar por la dura experiencia de una nueva oleada migratoria forzada, que recuerda a la que sufrieron sus abuelos camino de Barcelona, el País Vasco, Suiza o Alemania en los años sesenta, que sin duda fue en condiciones mucho más dramáticas que las de ahora.

Pero es en todo caso una emigración forzada que ya tiene ahora un enorme coste demográfico, pero que se puede convertir en tragedia si no se revierte de forma rápida este flujo de salida de las cohortes más jóvenes. Con las personas en edad de procrear en la emigración, el declive demográfico de Galicia es inevitable y además de forma acelerada.

Hay una enorme diferencia con la anterior oleada migratoria: los que hoy se van son jóvenes muy formados, con elevada cualificación. Repaso el perfil de los hijos y las hijas de mis vecinos y amigos y veo informáticos, médicos, educadores, creadores artísticos o ingenieros. Se van las personas con titulación superior, con varias carreras y muchos másteres. Una formación en la que hemos invertido muchos recursos, con un elevado coste, asumido en gran parte por las familias pero también por el sistema público de enseñanza financiado por todos. Los formamos aquí y después tienen que irse a Alemania o Inglaterra convirtiéndose en una amplia oferta de trabajo cualificado sin haber incurrido en los costes de formarlos.

En este año de vorágine electoral que ya se nos echa encima deberíamos encontrar tiempo para realizar una reflexión colectiva: qué clase de país estamos construyendo, en Galicia y en el conjunto de España. Porque el problema no está en los jóvenes que se van, está en que somos incapaces de ofrecerles oportunidades de empleo dignas. Por un lado, estamos avanzando hacia un modelo económico basado en los servicios de baja calidad, que no necesita ingenieros, sino camareros o albañiles. Por otro, creando un modelo laboral de salarios bajos y precariedad que se corresponde con esa especialización productiva.

Y ese no puede ser nuestro futuro, ni como país ni como ciudadanos. No podemos resignarnos, tenemos que construir un modelo alternativo que tenga en el conocimiento, la formación y la cualificación de las personas su variable central. Y para eso necesitamos recuperar a esa generación de jóvenes emigrados para que con los que está aquí, pero en paro, formen parte de la viga central de ese nuevo modelo.