Cuando al fracaso se le llama dignidad

OPINIÓN

27 ene 2015 . Actualizado a las 04:48 h.

El país que mintió su entrada en el euro, que aprovechó la ola para subirse a un gasto insostenible, que falsificó su gasto social -medicina, desempleo y pensiones- hasta crear un fraude de dimensión nacional, que condujo su reconversión industrial hacia la beneficencia, que manipuló los informes sobre el déficit antes de pactar los rescates, que disfrutó una enorme quita de su deuda sin sentirse obligado a responder con disciplina, y que sabe que tendrá que ser rescatado sin tener más crédito que el que le dé la UE, va a recuperar desde hoy su dignidad. Nosotros, en cambio, reconducidos por el actual Gobierno a la senda de los mejores, somos indignos, porque dejamos que nos quiten una paga extra al año, y porque estamos haciendo sostenibles la sanidad y las pensiones. Por eso es muy posible que cuando nos pregunten a quien queremos en la Moncloa -al Rajoy que hizo ayer su buen discurso, o al Tsipras que promete avances sociales pagados con brisas del Egeo-, gritemos todos «¡Tsipras, Tsipras!», buscando un baño de dignidad a la griega. Claro que Tsipras tiene la suerte del campeón. Porque antes de asegurarse el resultado electoral ya había convencido al mundo entero de que el fracaso de Grecia, y el inminente colapso de su Estado, eran un juicio a toda Europa, lo que, si se explica mediante una parábola, es como si el sistema universitario quisiese ganar músculo y excelencia mediante un examen que le permitiese a los suspensos y a los que no asisten a clase nombrar a los catedráticos. En Grecia, al contrario de lo que sucedió en España, Portugal e Irlanda, no hubo austeridad -que consiste en redirigir los recursos del consumo al saneamiento de la economía y los servicios-, sino una ruina más grande que la del Partenón, que hace depender todo de créditos externos que serán irremisiblemente fallidos. Y por eso asombra que buena parte del sistema mediático europeo haya decidido apostar a que sean los peores y los menos aplicados los que determinen el futuro de Europa. También es verdad que los economistas de la indignación, que dominan el espectáculo mediático, ya han sentenciado que los griegos -unos inocentes sin historia- no tuvieron vela en su propio entierro, y que la culpa de todo la tiene Alemania, que les prestó dinero aviesamente. Y por eso nos va a ser muy difícil salir de este círculo de estupideces que convierte al ruinoso en ejemplo de dignidad y fortaleza, y al exitoso en un villano malparido. Así que voy a llamar en mi auxilio a Sócrates, también griego, para que me alivie del marasmo: «No debe preocuparnos tanto la opinión de los más.../... La fuerza del número puede muy bien hacernos morir.../... Pero eso no impedirá que nuestras razones tengan siempre el mismo valor». Está en el Critón, que transcribió del natural un tal Platón. ¡Aquellos sí que eran griegos!