Inquietud en el PP

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

02 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Comprendo el desconcierto del Partido Popular al no ver reconocidos en las encuestas los que considera sus grandes méritos en la recuperación económica de España.

El partido de Rajoy sabe que es considerable el número de españoles que puede darle la espalda y prestar oídos a otras opciones a las que el PP cree muy capaces de desbaratar sus logros. Así ven sobre todo a Podemos, un partido que, de alcanzar el poder, sospechan que lo desmontaría todo para construir una república bananera chavista-bolivariana o algo así. Un poco más se fían del PSOE y de Ciudadanos, pero tampoco acaban de percibir garantías de que no les dé la ventolera populista.

La visión de los populares es clara y la repiten con convicción: «España va bien, España está en el buen camino, España avanza por la senda del crecimiento y de la recuperación, después del desastre al que la llevó Zapatero». Es su mantra predilecto. Pero algo falla, porque la gente no vibra convencida.

Es como si algo cortocircuitase la comunicación de un hecho tan trascendental. Los datos están ahí, aseguran.

Pero muchos ciudadanos -como si en ellos perviviese el encono por los aprietos sufridos- no reaccionan a favor, no vibran con las arengas de una prosperidad en ciernes y, por lo visto, tampoco renuncian al castigo del partido al que culpan de su dolor. En esta situación afronta las elecciones el PP.

Sabe que las mayorías absolutas tienen una clara vocación de diluirse y desaparecer, y no ve un horizonte de pactos fáciles con otros partidos. Todavía no es la hora de cortejar a ninguno, pero ya echan cuentas. «Antes hay que jugar el partido», dicen, afirmándose en la esperanza. Pero saben que han de prepararse para pactar.

No hacerlo podría significar quedarse fuera del poder. Entre tanto, se dedican a poner en valor lo mucho que sostienen haber logrado y que otros podrían estropear.

Porque el PP cree en su propio éxito y trata de obtener la deseada rentabilidad electoral. Está convencido de que ha hecho todo lo que había que hacer para levantar el país (y de paso levantar la cabeza).

Tiene la conciencia tranquila y confía en la sabiduría del pueblo. Pero, ay, también teme que, como recordó Vargas Llosa hace poco, «a veces los pueblos se equivocan».