Justicia, caridad y bienes públicos

Manuel Antelo TRIBUNA

OPINIÓN

02 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Un tema importante en cualquier sociedad es el comportamiento de los individuos a la hora de aportar recursos para la provisión de bienes públicos como la Sanidad o la Educación. Imaginen una situación en la que a diez individuos se les da una cierta suma de dinero y se les ofrece la posibilidad de utilizarla para uso privado o bien destinar la cantidad que estimen oportuna a un fondo común del que obtendrán beneficios conjuntos. Imaginen también que el resultado, para cualquier individuo, es tal que si no aporta nada al fondo común -y ninguno de los demás tampoco contribuye con nada-, mantiene su dinero, mientras que si todos y cada uno de los individuos destinan todo su dinero al fondo común, cada uno consigue un beneficio mayor que el que obtiene del dinero que inicialmente tenía. Pues bien, aunque parece lógico que todo el mundo asigne todo el dinero al fondo común, esta conducta no es, sin embargo, la mejor para los individuos. Lo mejor que puede hacer cada uno es no contribuir y esperar a que sean los demás los que aporten todo su dinero, en cuyo caso obtiene el beneficio máximo posible.

La mejor estrategia para cada individuo es, pues, comportarse como un free rider, lo que en román paladino equivale a gorrón. Este tipo de comportamiento se observa en los individuos que eluden pagar impuestos, en los que se saltan la cabina de la autopista pegados al coche de delante, en los que se cuelan en el tren sin billete, en los que no pagan las cuotas de la comunidad de vecinos?, es decir, en todos los que disfrutan de bienes públicos pero no colaboran a la provisión y el mantenimiento de los mismos. Ahora bien, con ser esto deplorable, es más deplorable aún cuando es el Estado el que hace de free rider en su comportamiento frente a aspectos de la sociedad del bienestar como la lucha contra la pobreza o la desnutrición infantil, que está dejando en manos de la buena intencionalidad de los ciudadanos. En efecto, mientras que desde las oenegés se apela a que los ciudadanos faciliten recursos para estos fines, el gobierno recorta prestaciones y reduce su participación en aras de unos ajustes que aplica a los más débiles, pero no a los más fuertes y que no necesitan, por cierto, del Estado del bienestar.

Así, el gobierno actúa como free-rider desligándose de la solución de problemas de bienestar común y dejándola en manos de los ciudadanos. Y lo que debería suceder es justo lo contrario: que fuese la actuación del Estado y no la caridad de los particulares la que mantuviese los pilares de la sociedad del bienestar como el más preciado de los bienes públicos.