Para qué sirve la jornada de reflexión

OPINIÓN

23 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La reflexión es el único método que existe para tener alguna experiencia sobre hechos o procesos futuros que, por no haberse producido, no pueden ser observados ni medidos a través de los sentidos. Y se llama reflexión porque hace virtualmente visibles nuestras ideas y pensamientos, con la misma perfección y finalidad con la que proyectamos una obra de arte que no podemos visitar o la casa de nuestros sueños que queremos construir. Una reflexión bien hecha no es la realidad, pero se le parece mucho. Y por eso calificamos de reflexiva a toda persona que es capaz de hacer maquetas del futuro y anticipar sus experiencias.

Para eso sirve la jornada de reflexión electoral. Para que cualquier ciudadano pueda representar distintas corporaciones y tratar de entender -antes de votar- sus ventajas y sus hándicaps, y para que, tras esa reflexión bien asimilada, todos podamos orientar nuestro voto hacia donde más nos guste o nos convenga. Ese es el motivo por el que la jornada de reflexión se intercala entre la campaña y las urnas, para que cada elector posea toda la información que necesita para generar una experiencia virtual de los procesos políticos antes de desencadenarlos.

Hoy, día de reflexión, cualquiera de nosotros puede hacer maquetas mentales de su corporación a base de combinar candidatos, ideologías, promesas, proyectos de ciudad, modelos de financiación y gestión, reformas jurídicas y políticas y niveles de respaldo popular. Y cualquiera puede ver, con cierta facilidad y nitidez, las hipótesis resultantes: una mayoría absoluta de derecha, de izquierda o de indignación gaseosa; una mayoría coherente formada por dos grupos afines de la derecha o de la izquierda; una mayoría muy clara, pero no absoluta, que es desplazada por una combinación oportunista y efímera de ideologías y estrategias incompatibles entre sí; un gobierno en minoría estable o inestable; e incluso un caos, estilo Andalucía, que, aunque no pueda impedir la elección de alcalde, porque la ley electoral no lo permite, puede hacer inviable cualquier acuerdo de gobierno.

Y lo que finalmente debe hacer el elector es imaginar los efectos que puede tener cada hipótesis sobre su vida, sus derechos, su patrimonio, su ciudad y sus servicios, y votar en consecuencia. No olvide, sin embargo, que la democracia no le obliga a votar con acierto, y que, haciendo uso de su libertad, puede optar por un gobierno eficiente y estable de izquierdas o de derechas, o jugar a provocar ese caos, y su consiguiente big bang, del que espera una espontánea felicidad y la satisfacción de todas sus necesidades. Porque la democracia es tan buena que tanto permite apostar por el orden como por el caos, ya que lo único que no le sienta bien es el votante irreflexivo o ignorante que en vez de construir el futuro se lo juega a la lotería.