El fin de los gobiernos de capricho

Daniel Ordás
Daniel Ordás FIRMA INVITADA

OPINIÓN

28 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

En los últimos días, muchos amigos y medios de comunicación de Suiza y Alemania me han pedido que les explique qué pasó el 24M en España. No entienden que todos hayan ganado y nadie quiera gobernar en la proporción que le corresponde. Yo tampoco lo entiendo, pero vayamos por partes.

En la tradición de la Constitución provisional de 1978 los partidos tenían un poder enorme y el sistema estaba hecho para un bipartidismo alternante que en turnos de 4, 8 o 12 años gobernaban los ayuntamientos, las comunidades o la nación con mayorías absolutas (o minorías toleradas) y sin el más mínimo control democrático por parte de los ciudadanos. Este sistema tenía su justificación en las circunstancias del parto de la democracia española. En contadas ocasiones se intentaron gobiernos de coaliciones, pero manteniendo la mentalidad de «ordeno y mando» y en la mayoría de los casos han acabado en desastres para los ciudadanos y pasando factura a los componentes (en este caso no se impone el término socios). Las mayorías absolutistas eran la ficción de una estabilidad a tiempo parcial con derecho al pataleo y la promesa de cambiar las tornas al cabo de una o dos legislaturas.

Ahora toca gobernar con consenso y no dejar tierra quemada para el que venga en cuatro años. Fin del capricho. Se acabaron las legislaturas en las que una mitad de España niega la existencia de la otra mitad. El sistema de las mayorías absolutistas ha hecho que nuestros partidos no sepan ganar, salvo cuando ganan por goleada y se llevan el gato al agua. Por eso existen las tonterías como «dulces derrotas» y «amargas victorias». Incluso hay políticos y comentaristas que llegan a la ridícula conclusión de que podría haber ayuntamientos, comunidades autónomas o incluso un país «ingobernable». La excusa de la «ingobernabilidad» es un insulto al votante. Insinúa que el votante ha cometido un error y por eso hay que repetir las elecciones hasta que los votantes acierten con las mayorías que se les antojan a los políticos. No existe ingobernabilidad en una democracia, en toda caso puede existir la incapacidad de los diputados electos (todos y cada uno de ellos) de llegar a un acuerdo para gobernar. En el caso de que fuera necesario repetir las elecciones, ninguno de los diputados a los que hemos elegido en el primer intento tiene la autoridad moral de volver a presentarse para la segunda elección. Ninguno. Todos los que se presenten tienen que estar dispuestos a gobernar; si les damos muchos escaños, podrán cumplir muchos de sus ideales; y si les damos menos, pues podrán cumplir menos. El 24 de mayo se acabó en España la política de caprichos y entramos en la fase de política de adultos.

El PP ha ganado las elecciones, porque es con mucha diferencia el partido más votado de España.

El PSOE ha ganado las elecciones, porque es el partido que más poder puede recuperar.

Podemos ha ganado las elecciones, porque sin jugar en el partido de las municipales ha marcado un gol en Madrid y otro en Barcelona, aparte de tener el balón del pase decisivo en sus botas en miles de ayuntamientos y varias comunidades.

Ciudadanos ha ganado las elecciones, porque en un tiempo récord ha conseguido ese espacio del centro que era apéndice variable de los bipartidos. Esa clase media urbana, con ingresos saludables, pero concienciada de que su éxito se lo debe a un Estado de bienestar social. El centro político de un país que antes votaba al PP cuando se enfadaba con el PSOE y castigaba al PP con desafecto a los pocos años.

Todos han ganado y sus asesores no tardaron ni diez minutos en pasarles la nota en la que explicaban por qué habían ganado. Luego llegó el día de la resaca, el despertar sin mayorías para reconocer que los votantes la habían liado. De repente las redes sociales le recordaron a los líderes políticos la tonterías innecesarias que habían contado en la campaña: «yo no gobernaré con X, ni con Y ni con Z», «yo solo gobernaré si me dais la mayoría», «yo soy la única fuerza que puede estabilizar el país». Esta forma de hacer política ya era un peligro en la época en la que algún avispado guardaba recortes de periódicos, pero en la época de YouTube y Google es simplemente hacer el ridículo. Antes los votantes andábamos mal de la memoria, ahora tenemos archivos.

Estimados concejales y diputados electos de toda España, tenéis que ser serios y adultos (permitidme que os tutee). Os hemos dado la confianza en una fase decisiva para nuestro país. Si no os hemos dado mayorías claras es porque no hemos querido. Los españoles sabemos lo que queremos, el problema es que no todos queremos lo mismo. Por eso os hemos elegido tan variopintos como somos nosotros. Os hemos puesto para que nos propongáis antes de las elecciones generales las reformas políticas necesarias. Todos nos habéis prometido cambio, pero no todos el mismo y ninguno nos ha convencido del todo, pero hemos dado todas las propuestas por casi buenas. Ahora os toca elaborar una propuesta concreta en la que haya un poco de PP, un poco de PSOE, un poco de Podemos, un poco de Ciudadanos, un poco de nacionalismos y algunos matices más. Si al final ninguno está contento con todo, pero todos lo podemos aceptar a regañadientes, el pacto será bueno.

De momento, tenéis que tener el valor de formar gobiernos razonables y sin caprichos. Si no lo lográis, no tengáis la desfachatez de volver a pedirnos la confianza, porque volveremos a votar lo mismo una y mil veces. Si vosotros no sois capaces de gestionar el poder que os delegamos no es porque los votantes nos hayamos equivocado. Ánimo, nos fiamos bastante: si no, no os hubiésemos votado.