La teoría del (voto) emigrante

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

28 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Confieso que tantos sesudos análisis poselectorales, miméticos en su mayoría, comienzan a producirme indigestión. Incluyo los míos. Conforman en conjunto una muestra monumental de la literatura del sube-baja, ese género que, a juicio de Paul Krugman, define también la información económica de los periódicos: sube la bolsa, baja la inflación; aumenta la pobreza, disminuye el déficit; crece el empleo, caen los salarios... y así hasta el infinito. Pongan siglas en vez de indicadores económicos y entenderán lo que quiero decir: aquella aritmética describe la montaña rusa, pero nada explica de su funcionamiento o de los motores que la mueven.

Como mi estómago roza el empacho, quiero irme hoy por los cerros de Úbeda o las fragas del Eume. Evitaré de esa forma escribir sobre la mercader Esperanza Aguirre, que antes compró a Tamayo y ahora pretendía adquirir al PSOE entero para frenar la revolución. O sobre la supuesta desbandada en el PP ante los síntomas de que el barco se hunde. O acerca de Rajoy, alias el Empecinado, y su negativa a mirarse en el espejo. O del Frente Popular que viene, o del extrañamente risueño Pedro Sánchez, o del hostiazo de Rita Barberá -el taco es suyo-, o del sursuncorda de la democracia. Les daré la brasa, por el contrario, una vez más, con el repelente tema de la emigración. Un asunto en el que los gallegos somos catedráticos con siglos de experiencia, más expertos que Bárcenas en corrupción.

El candidato a emigrante, tanto el tradicional como el de nuevo cuño, padece esquizofrenia. Se debate entre el ser y el no ser. Celso Emilio Ferreiro, poeta excelso y emigrante a tiempo parcial, expresó mejor que nadie esa disociación. Hay gentes de una pieza y seguras de sí mismas, siempre fieles al club de su vida y a sus colores, que nunca dudan. Pero el indeciso mira el barco -o la urna- y no sabe a qué carta quedarse. Vacila entre el «Fuco Buxán, ¡emigra!» y el «pechai todas as portas e que xa ninguén saia». Entre el miedo a lo desconocido y la miseria conocida. Debe optar entre lanzarse hacia parajes ignotos, sin póliza de seguro en la maleta, o conservar la lumbre del hogar, aunque perciba que le están robando la leña y el invierno no remite.

Conviene advertir, sin embargo, que las dos consignas contradictorias de Celso Emilio tienen carácter «nacional». Son nacionalistas y apelan, sin distinción de clases o de credos, a todos los gallegos. Pero a ras de individuo la cosa cambia. ¿Por qué va a arriesgarse a una aventura peligrosa, y de incierto desenlace, quien todo lo tiene o quien apenas ha sufrido rasguños durante estos años de cuchillos afilados? Y al revés: ¿Qué puede perder quien nada tiene que perder?

¿Se moverán los votos, al igual que las personas, con esos criterios? De ser así, las pasadas elecciones no permiten atisbar el país al que, encogido por el miedo y la esperanza, se dirige el emigrante, pero sí facilitan un primer recuento de damnificados en su país de origen. Pero yo había prometido no surfear hoy sobre la espuma de la política.