Lucio

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

05 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

En torno a Madrid hay toda una épica que indica que por muchos esfuerzos centrífugos que se hagan, España tiende mucho al centro. Las nacionalidades existen y se manifiestan, pero solo la capital es capaz de exportarse hasta conseguir que todos acabemos sintiéndonos un poco de allí. Quizás su éxito resida en ofrecer a cada uno la ciudad que espera y en una ausencia de estridencias que facilita la adaptación. En Madrid conviven el Orgullo y las Vistillas, Carmena y Esperanza, la gran urbe y el pueblo, lo más badoco y lo más sofisticado. Solo desde el espíritu rural que aún conserva este acogedor poblachón manchego se entiende que una tasca que sirve huevos fritos con puntillas, ubicada en una de las calles más antiguas de la ciudad, la Cava Baja, haya sido durante los últimos cuarenta años el cenáculo en el que han intrigado varias generaciones de políticos y algunos de los empresarios mejor relacionados del país. Estos días hemos vuelto a ver a Lucio con su chaquetilla blanca y ese decorado de madera castellana tan ajeno a nosotros. Parecía una imagen de otro tiempo. Una estampa de tintorro y entresijos. Lucio explicaba los detalles del encuentro del Rey viejo con los presidentes vivos, esa cena de plato de jamón y langostinos. Hay más contexto en ese escenario y en ese menú que en el relato detallado del encuentro. Más mensajes en la selección del restaurante que en un programa electoral. Al parecer invitó Rajoy. El mismo que unos días antes aparcaba en otra tasca madrileña a un desconcertado Sarkozy. En la España de Diverxo, el presidente sigue fiel a los huevos fritos y a la ensaladilla rusa.