El perro de Pascual Duarte

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

05 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando uno piensa en el trasiego de ciudadanos que merodean los órganos de poder, que entran y salen y se barajan como sotas de bastos o caballos de espadas -algunos como reyes de copas- y hoy están en esto y mañana en aquello pero están casi siempre, se acuerda de la frase con que arranca La familia de Pascual Duarte: «Yo, señor, no soy malo». A mí, aunque no lo parezca, los políticos me caen bien. Porque detrás de los personajes que hablan raro por la televisión y se abrazan todo el rato como si celebraran goles o reencuentros tras una larga ausencia, se descubren personas que tienen hijos que suspenden o van a natación o, sencillamente, pillan un virus y les sube la fiebre. Yo en mi ciudad siento simpatía por algunos de los de antes y de los de ahora. Me produce ternura la felicidad con la que mandan, y a veces el esfuerzo que hacen para gustar a los mandados, a usted y a mí. Pero Pascual Duarte, sin ser malo, mata a dos hombres, a su madre, tal vez a su primera mujer y, porque lo miraba con cariño, a su propio perro. A mí los políticos que me dan miedo son los que ya me hubieran dado miedo antes de serlo. Los que se hacen políticos por ambición y son más listos que yo. Esos que solo piensan en la manera de rentabilizar el cargo. A los otros, a los que van dando saltos en bambas por la calle porque llegan tarde a su siguiente cita, a los que sonríen porque les ha salido un trabajo que les gusta y que quieren hacer bien, me dan ganas de darles un abrazo. Aunque a veces me acuerde del perro de Pascual Duarte.