Un debate político con más ruido que nueces

OPINIÓN

01 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

A finales del siglo XVIII, mientras Robespierre enterraba el Antiguo Régimen a golpe de guillotina, algunos radicales ingleses quisieron convencer a la opinión pública de que la Revolución era el futuro y el progreso, y que era un mal presagio que, mientras Francia ponía el mundo patas arriba, el Reino Unido permaneciese apegado a sus tradiciones y a un orden político tan aburrido. Y no faltaron políticos y círculos de pensamiento que, olvidando que Cromwell ya había decapitado a un rey un siglo antes, empezaron a creer que el pueblo pedía renovación, y que, si no se afrontaban cambios acelerados, se corría el riesgo de abrir una enorme brecha entra las instituciones y los ciudadanos. Pero no fue esta la lectura de Edmon Burke, para quien era evidente que la capacidad de hacer ruido guarda muy poca relación con las demandas reales.

Ya en nuestros días, comentando la acertada posición de Burke, el historiador Timothy C. W. Blanning propuso esta metáfora: Media docena de grillos bajo un helecho hacen que todo el campo resuene con su chirrido molesto e inoportuno, mientras que miles de reses que rumian apaciblemente su alimento, respetan y engrandecen el silencio.

Los grillos de esta metáfora son, en nuestro país, la enorme nómina de pequeños partidos -con sus divisiones y facciones-, y la gran cantidad de plataformas cívicas de diversas naturaleza que, utilizando el lenguaje corrosivo que es esencial para maximizar sus escasas opciones políticas, llenan el panorama mediático de un runrún apocalíptico que a muchos les hace creer que vivimos en un país en descomposición, o que, abducidos por el PP, caminamos derechos hacia el abismo. Y los poderosos rumiantes son los grandes partidos, las empresas, los investigadores, los servidores de los servicios públicos y los ciudadanos que hacen su trabajo y cumplen bien sus deberes, que apenas se hacen oír, aunque pueden tener la tentación de creer que todo el campo es de los grillos.

Nuestro sistema mediático -especialmente el audiovisual- es la noche oscura que agranda los chirridos y hace imperceptible el apacible rumiar de las reses. Y yo, sin ir más lejos, puedo hacer de Edmon Burke, para advertir que el porvenir del campo no lo representan cuatro grillos chirriantes, sino los miles de reses que rumian en silencio antes de volver a sus trabajos o entregar generosamente su producto. Lo malo es que yo no creo, como Burke, en la inexorable racionalidad de las sociedades. Bien al contrario, creo que los grillos son tan reales y naturales como las reses, y que, además de llenar la noche de chirridos, pueden provocar estampidas que convierten a los rumiantes en máquinas de destrucción. Y por eso veo con enorme inquietud el mismo fenómeno que Burke describió con tanto sosiego. Quizá porque él había nacido en Dublín, y yo en Forcarei.