El milagro de la reforma constitucional

Daniel Ordás
Daniel Ordás TRIBUNA ABOGADO

OPINIÓN

13 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Durante tres décadas hablar de una reforma constitucional en España era sacrilegio. Pensar en desarrollar la Constitución provisional del 78 era de terroristas, antipatriotas, abría las llagas de la Guerra Civil y ponía en peligro la convivencia entre los españoles. Con esos aplastantes argumentos se han tapado las pocas bocas que, pidiendo perdón anticipado y jurando su lealtad a la Constitución, se atrevieron a insinuar que la carta magna podría tener alguna imperfección o incluso requerir una actualización.

Eso era antes. Desde el viernes pasado la reforma constitucional ya ha entrado hasta en el último foco de resistencia. ¡El PP también quiere! Nadie se alegra en el mundo político. Los socialistas se apresuran a decir que el líder del reformismo constitucional «desde hace meses» es el PSOE, pero ni pone texto a su propuesta constitucional, ni explica dónde estuvo los 37 años antes de asumir ese «liderazgo». Podemos está muy asustado, porque las encuestas indican que los que dieron el impulso necesario para desbloquear el sistema político y poner en marcha el proceso de cambio podría sufrir un disgusto en las generales. Arrancar un motor tan oxidado solo fue factible con el pánico de las elecciones europeas y el susto de la toma de las grandes ciudades, en combinación con el choque previsible del 27-S y el goteo diario de casos de corrupción.

Duran y Lleida reacciona ante la apertura del melón por parte del PP con el tradicional error del nacionalismo. Ya cuando dependieron de ellos los Gobiernos nacionales (González, Aznar, Zapatero), nunca aprovecharon para impulsar una modernización del sistema autonómico, nunca propusieron una catalanización, navarrización o euskadización de España. Ahora dicen que es porque no les hubieran dejado, y como veían imposible mejorar el sistema para todos, proponiendo un federalismo real, se limitaron a barrer para casa. Esta actitud fomentó parte del anticatalanismo que algunos dirigentes cultivan y sacan al mercado cuando les conviene.

Por último tenemos a Ciudadanos, al que le toca el papel de valiente pero sereno. Un partido viejo en Cataluña, pero novísimo en España, que en Barcelona tuvo una década el papel del cuñado malo y en Madrid le toca ser el yerno perfecto. Con razón a Rivera le dan más miedo sus «recursos humanos» que las ideas que quiere proponer. Corre el riesgo de ser puerto de refugio para fracasados de otros partidos o trampolín para políticos nuevos que ven que en todos los otros partidos sobran dirigentes y cargos y en cambio aquí se puede ascender por escaleras vacías.

Yo me alegro muchísimo. La normalidad con la que ya todos aceptan la urgente necesidad de reformar la Constitución será crucial para las elecciones generales. Nadie se puede presentar a esta cita con las urnas sin un paquete de propuestas concreto. Porque tiene mucha razón el PP: la reforma de la Constitución no es un fin en sí mismo, hay que definir qué se quiere reformar. Hemos tardado 37 añitos en coincidir en que la reforma es necesaria. Para evitar que se repita el desastre total del 27-S los partidos tienen un mes para definir líneas maestras y borradores, luego habrá 3 meses para que cada cual defina y concrete sus propuestas. Después, habiendo preseleccionado los votantes en las generales, el nuevo Congreso tiene dos o tres años para elaborar una reforma que abarque el nuevo modelo de Estado federal, la participación ciudadana, el control democrático, la reforma del Senado, la reforma de la ley electoral y la forma de elección del Gobierno.

Eso será medianamente fácil, pero luego vendrá los blindajes paternalistas. Ahí empiezan las guerras ideológicas, las cosas que querrán excluir unos y otros. Unos dirán que la monarquía es intocable, otros que hay que blindar los derechos sociales, otros no dejarán tocar la unidad nacional y para otros la Iglesia va a misa. Es natural y saludable que haya división de intereses, pero es irresponsable empezar unas negociaciones por las condiciones previas indiscutibles e inamovibles. Yo quiero saber lo que proponen, no lo que van a impedir.