China estornuda

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

27 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Estornuda China y el resto del mundo se resfría. Los agoreros agrandan el tópico, metáfora de la fuerte interdependencia de la economía global, y auguran la inminente propagación no de un simple resfriado, sino de una letal pulmonía. El aciago pronóstico parece, cuando menos, prematuro. Supone admitir que el constipado anticipa una parálisis de la fábrica del mundo que se traduciría en una recesión de escala planetaria. Algunos, como el profesor Niño Becerra, todavía van más allá y proponen que las turbulencias chinas constituyen únicamente un episodio de la crisis sistémica, consecuencia del colapso del modelo económico vigente desde los años cincuenta.

El estornudo, al margen de sus efectos en la economía mundial, lo produce el agotamiento del modelo chino. Los rasgos de ese modelo son bien conocidos: mano de obra inagotable y barata, raquítico consumo interno, elevadísimas tasas de ahorro e inversión, rápido deterioro del medio ambiente y fuerte vocación exportadora. Un paraíso para la producción deslocalizada de las grandes multinacionales. Desde finales de los años ochenta, entre 700 y 800 millones de chinos, que subsistían en el medio rural con el cultivo de arroz, inundaron las fábricas costeras para producir cachivaches para la exportación. La economía crecía a envidiables tasas anuales de dos dígitos y las autoridades exhibían un logro indiscutible: en los últimos treinta años, millones de chinos abandonaron el umbral de la pobreza y empezaron a conformar la clase media.

Desgraciadamente, todo se acaba. Incluso la colosal reserva de trabajo barato. Todo proceso de acumulación tiene un límite. Los ínfimos sueldos se triplicaron y muchas industrias optaron por marcharse a Vietnam, Indonesia o India. La caída de la demanda externa y la contracción del comercio mundial, tras la crisis del 2008, pusieron de manifiesto la necesidad de cambiar el modelo. En el 2007, el país asiático exportaba más del 35 % de su producción; el año pasado, poco más de la quinta parte. Esa era la dirección: el mercado interno debía reemplazar progresivamente al mercado exterior como principal destino de los productos chinos.

El ahorro, a falta de inversiones mejor remuneradas, se amontonó en la bolsa y en el sector inmobiliario creando sendas burbujas. En solo tres años -2011-2013-, China consumió más cemento que todo Estados Unidos en el siglo XX. Estallaron las burbujas y tanto los precios de la vivienda como los valores bursátiles están cayendo.

La transición del viejo modelo, basado en la exportación, a uno nuevo, apoyado en la expansión del consumo interno, está en la raíz de las turbulencias que atraviesa China. Desciende la rentabilidad de las inversiones y el incremento del consumo se muestra incapaz de cubrir el vacío. Paradójicamente, las últimas medidas adoptadas, singularmente la devaluación del yuan, se agarran al modelo que declina en un intento de recuperar la competitividad perdida.