Pérdida de reflejos

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

03 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

En los meses previos al veraneo, don Mariano Rajoy demostró una admirable capacidad de manejo de la información. Todos los primeros miércoles de mes, al día siguiente de la publicación de los datos del paro, tenía un acto público en el que debía pronunciar un discurso. La estadística triunfal, conocida previamente por el Gobierno, le ofrecía la fantástica oportunidad de hacer las alabanzas de su política y el presidente la aprovechó. Fue cuando se animó a hablar tanto, a hacerse selfies, tomar cañas en un bar y pararse con los periodistas en el pasillo del Congreso. Su ministra Fátima Báñez lo justificó después con una sinceridad tan ingenua como llena de nobleza: los buenos datos, vino a decir, le permiten al presidente mayor locuacidad. Traducido al castellano: los grandes de la política solo hablan para transmitir buenas noticias. Las malas se las dejan a sus ministros y, si son muy malas, los ministros se las dejan a sus secretarios de Estado. Son las técnicas del poder, aconsejadas por los gabinetes de imagen.

A la vuelta del veraneo, alguien ha perdido reflejos. Este martes, el mismo señor Rajoy visitó a la señora Merkel y encontró un trato preferente: paseo bucólico por el bosque y palabras de la canciller que valen un potosí. No hay nada tan valioso como escuchar a la jefa de Europa que los independentistas catalanes deben respetar la legalidad española y los tratados europeos que hablan de la unidad territorial. Eso es un regalo de oro en el momento en que esos independentistas piensan que se encontrarán con la bienvenida entusiasta de la Unión Europea. Si eso fuese poco, doña Ángela hizo un regalo electoral de primera magnitud: elogió la política de Rajoy, que es la económica, y dijo nada menos que España es un ejemplo para Alemania. Unas palabras como esas dan para varios titulares de portada, varias aperturas de telediario y decenas de horas de tertulias. Cualquier gobernante europeo pagaría por ellas.

Sin embargo, se cometió la torpeza del siglo: se permitió el notición, el golpazo de la reforma del Constitucional, anunciada pocos minutos después. Esa reforma mató los elogios de la canciller, para alborozo de Artur Mas y compañía, y su amistoso gesto fue aplastado por un acontecimiento de mayor impacto mediático y político. Un fallo de previsión. Un esfuerzo diplomático desbaratado. Un encantamiento perdido. Una mala coordinación. Por primera vez, defectuoso manejo del calendario informativo por parte de la Moncloa. Increíble en un equipo tan profesional y que maneja con tanta sabiduría los resortes de la opinión pública y publicada. Quizá sea un indicio de cansancio monclovita. Quizá el primer síntoma de que llegan agotados a la recta final.