Oscuro futuro el que dibuja la encuesta de Sondaxe que publicaba ayer La Voz y que confirma las tendencias apuntadas en los sondeos publicados en los últimos meses.
Los grandes apenas frenan su caída y los nuevos no despegan con la fuerza necesaria para acceder al liderazgo. Ni los que se han turnado en el Gobierno desde la transición ni los que aspiran a relevarlos logran ilusionar a un electorado desencantado.
Los datos apuntan a que el PP seguirá siendo el primer partido, pero con una pírrica victoria que le haría extremadamente difícil formar Gobierno. Pero no parece dispuesto a ceder en su empeño de apostarlo todo a la carta de la recuperación, pese a la deuda imparable, a incumplir las previsiones de déficit y a la precariedad del empleo que se crea.
El PSOE no logra consolidar un liderazgo claro, atenazado por las interminables crisis internas en varias autonomías. Excepto, paradójicamente, en la que más tiempo lleva gobernando, pese a la gruesas salpicaduras de corrupción y a haber forzado elecciones por la incapacidad para prolongar una coalición de izquierdas.
Podemos ha frenado su fulgurante ascenso por su tendencia a repetir tics de la casta y la de algunos gobiernos municipales formados con su apoyo a dejar que decisiones polémicas en asuntos de segundo orden oscurezcan sus primeros meses de gestión.
Si no logran ilusionar para lograr una victoria clara, no tendrán más remedio que dialogar. La tendencia a descalificar al adversario hace difícil alcanzar acuerdos y que resulten creíbles. Les queda poco tiempo para un recorrido largo y difícil. Deberán mostrar una agilidad, apertura al diálogo y flexibilidad que hasta ahora no hemos visto.