Debemos prepararnos para votar «non»

OPINIÓN

03 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Los nacionalistas gallegos, siempre tan inocentes, y convencidos de que Cataluña es la avanzadilla de la voladura de España, están encantados con la rebeldía de Mas. Para ellos es evidente que Cataluña los considera colegas y aliados, y por eso están seguros de que todas las ventajas que consiga Cataluña, dentro o fuera del marco constitucional, se acabarán trasladando a esta Galicia lejana y llena de achaques.

Pero la realidad es más negra. Porque ni España se va a desintegrar, ni Galicia tiene el potencial de chantaje que ejerce Cataluña. Y porque, lejos de encontrarnos ante una rebelión de las nacionalidades, solo estamos ante una demanda del hecho diferencial -de singularidad y privilegios- que Cataluña solo está dispuesta a compartir con el País Vasco. Hace ya muchos años que me lo explicó Pujol con todas las letras: «El hecho diferencial se puede conseguir por dos vías: porque ustedes avancen cinco cuando nosotros avancemos quince, o porque nosotros retrocedamos cinco cuando ustedes retrocedan quince». Es lógica pura, que explica mejor que cualquier elucubración el verdadero estado de la cuestión.

El problema catalán, visto desde Galicia, solo puede tener dos soluciones. Una declaración de independencia unilateral que Galicia no puede consentir, y que solo tendría una respuesta legal y suficiente que en todo caso deberíamos apoyar. O una reforma constitucional impulsada por el PSOE que fuese esencialmente asimétrica, que erigiese a Cataluña en cabeza de león y a nosotros en cola de ratón, y que, a cambio de romper la solidaridad social y territorial que garantiza la Constitución, le reconozca a Cataluña un estatus fiscal y político de absoluto privilegio e imposible generalización. Y, puesto que ese acuerdo tendría que ser refrendado por todo el pueblo español, cabe suponer que Sánchez está convencido de que ni el PP se atreverá a frenarlo, ni ninguna otra comunidad autónoma lo va a poner en cuestión, ya que Cataluña funciona como una nación con ciudadanos de primera, mientras los demás somos una carallada sin historia, poblada por patriotas pusilánimes y aborregados.

Por eso, para no ser traidores, debemos avisar ya. Si las cosas van por ahí, y la reforma constitucional va por donde parece que quiere ir, vamos a decir que no, y que España no puede tener futuro desde una asimetría definida a base de privilegios e impuesta por chantajistas fuertes a gobernantes débiles. Y para eso deberíamos prepararnos. Porque lo que se está fraguando es un asalto muy ofensivo a nuestra dignidad de ciudadanos, y el buenismo pacífico y sumiso nos puede convertir en tontos de capirote. Y Galicia, con nuestros nacionalistas utópicos, tiene muchas papeletas para que le toque el capirote más grande, que es el que corresponde a los que no tienen en su vocabulario la palabra «non».