El liderazgo global del papa

OPINIÓN

09 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

No hay la menor duda de que el papa Francisco es un líder global. Se ha confirmado en su reciente viaje a Cuba y a EE. UU. Dos semanas seguidas ha sido portada del Time. El especial recibimiento del presidente Obama fue otra muestra más de ese reconocimiento, como también la intervención en el Congreso.

¿En qué se basa ese liderazgo? Sin duda tiene que ver con su personalidad, con el mensaje y el modo de transmitirlo, con la humanidad a la que se dirige y las circunstancias en que se desarrolla ahora la vida y en las que podrá realizarse en el futuro. No suplanta, ni compite con quienes tienen responsabilidades de carácter político; pero no se desentiende de lo que preocupa a la dignidad de la persona, en todos sus ámbitos, individuales y sociales. Desde la fe que representa llama la atención sobre todo tipo de periferias existenciales, en su expresivo lenguaje, que interpelan: pobreza, injustas desigualdades, marginaciones, descartes? Víctimas inocentes del aborto, la guerra, la violencia, el tráfico de drogas, la devastación del medio ambiente, dijo en la catedral de San Pablo en Washington. Esa denuncia no responde a una táctica, sino a la convicción de índole sobrenatural que profesa. Como pontífice, hacedor de puentes en expresión tradicional, es comprensible que inste al principio del diálogo, y por eso su reconocida participación en el acercamiento de Cuba y EE.?UU., asumiendo la llamada de Juan Pablo II; el elogio del acuerdo de EE.?UU. e Irán o el gesto de reunir en el Vaticano a líderes de Israel y Palestina.

No se entendería cabalmente el viaje del papa Francisco si se interpretase solo como un éxito diplomático, que en ese sentido ha constituido una exhibición de buen hacer con una gran acogida popular. Aunque da reparo mencionarlo, no ha dejado de decir lo que forma parte del contenido de la fe. En cada escenario ha subrayado lo que era más adecuado, apoyándose en lo de aceptación común, como hizo el apóstol Pablo al dirigirse a los atenienses. En el Congreso, apeló a su condición de hijo de emigrantes; tomando pie de la Declaración de Independencia, insistió en la dignidad inalienable de la persona humana, y por eso se manifestó contra la pena de muerte, en defensa de la libertad de religión, de las ideas, de las personas, de la vida humana en todas las etapas de su desarrollo. En Naciones Unidas habló de las víctimas de un mal ejercicio del poder, del cuidado de la casa común y, con cita de Benedicto XVI, recordó que el hombre es también naturaleza, no se crea a sí mismo.

Más allá de las intervenciones estelares ha sido un viaje del pastor para confortar a los fieles, con un corazón «que se ensancha para incluir a todos», dijo en Washington; «tomando el mundo como es» y animando a «conquistar espacio en el corazón de los hombres y en la conciencia de la sociedad». Se presentó en Cuba como heraldo de la misericordia, para la que ha convocado un jubileo. Llamada a reconciliación. Ese es el mensaje.