La palabra es feminicidio

Manuel Fernández Blanco
Manuel Fernández Blanco LOS SÍNTOMAS DE LA CIVILIZACIÓN

OPINIÓN

03 dic 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El pasado 25 de noviembre, Día Internacional de Eliminación de la Violencia contra la Mujer, la diputada del BNG Carme Adán presentó en el Parlamento de Galicia una iniciativa en la que proponía incluir el término feminicidio en la legislación autonómica y estatal sobre la violencia machista. Esta iniciativa, apoyada por toda la oposición, fue rechazada con los votos del PP, alegando que la palabra no es lo importante y que se trataba de una cuestión exclusivamente semántica.

Para el PP hay palabras que importan y otras que no. Por eso se opuso a que se llamara matrimonio, y se legislara como tal, la unión civil entre personas del mismo sexo. Decían entonces que no se oponían a que se les reconociera a las parejas de gais y lesbianas un estatuto legal similar al matrimonio, pero defendían que no debía llamarse matrimonio. Tanto importaba la palabra, que recurrieron la ley ante el Tribunal Constitucional. Tanto importaba la palabra, que los colectivos de defensa de los derechos de los gais y lesbianas no cedieron sobre este punto, sobre la palabra.

Ahora, llamar feminicidio a los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas, a los representantes parlamentarios del PP no les parece relevante. Además, consideran que es un término importado de otras latitudes y que se aplica a situaciones no comparables con la nuestra.

Carme Adán expresaba que los límites de nuestro mundo son los límites de nuestro lenguaje, y yo no puedo estar más de acuerdo. En cierto sentido, todas las palabras son metáforas y siempre resultan insuficientes para definir la realidad. Pero algunas palabras se aproximan más a lo real que otras. Por eso, feminicidio es la palabra que debemos usar para estos asesinatos.

Al hablar de feminicidio, se señala que lo que se busca eliminar, en la mujer que el hombre asesina, es precisamente su deseo y su goce como mujer. Ese deseo que la hace otra, incluso para ella misma. Ese deseo que hace objeción a ocupar el lugar que el hombre le tiene adjudicado: el de cumplir pasivamente con la posición que le atribuye la fantasía masculina.

La mujer con deseo propio, la mujer sujeto, suscita en muchos hombres la inhibición, la infantilización o el odio. Ese odio masculino se dirige a ese goce femenino que escapa a su control. Un goce que resulta enigmático para el hombre, y despierta sus celos. Estos hombres interrogan violentamente a la mujer para que les digan de qué pueden gozar más allá de ellos mismos. El sadismo, y la violencia sexual, acompañan a este interrogatorio que no tiene límite, porque no hay nada que confesar y, además, ninguna confesión sería suficiente. No tiene límite porque es la feminidad misma, el deseo femenino, el que resulta intolerable. Por eso la interrogación confina con la destrucción de quien encarna ese deseo que no se deja reducir al universo masculino.

Precisamente por esto, porque lo que se destruye es lo femenino irreductible al deseo masculino, debemos llamarle feminicidio.