Excesos para una crisis

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

06 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Cuándo se jodió Perú?, fue la pregunta más célebre de Vargas Llosa antes de preguntar cómo era Isabel Preysler. Interrogantes así hay que plantearse todos los días en España, a la vista de cómo van los acontecimientos: cuándo se estropearon determinadas alianzas, determinadas estrategias, determinadas formaciones de Gobierno. Y las respuestas pueden ser válidas para casi todos los casos: cuando sus protagonistas se excedieron en sus demandas, en sus exigencias, en su estilo, en su poder o en su orgullo político.

Ayer, por ejemplo, se produjo el desencuentro entre Sánchez e Iglesias. Razón formal, el entendimiento entre el líder socialista y Albert Rivera, que hace inviable el pacto de las «fuerzas del cambio». Pero hubo una razón anterior: la famosa rueda de prensa de Iglesias donde se presentó con su reclamación ministerial y el PSOE la tomó, naturalmente, como el peor indicio de Gobierno paralelo. Y algo peor: la apropiación de los «ministerios de Estado», mientras dejaba a Sánchez los ministerios de los recortes que exige Bruselas. Ese día comenzó a morir la alianza de izquierdas.

Segundo caso: el increíble lío montado entre los señores Sánchez y Rajoy por los recursos del Gobierno contra los pasos secesionistas de Cataluña. Esto es para verlo y no creerlo. Como Pedro Sánchez se siente tocado por la vara mágica del rey, se considera en la obligación de exigir al Gobierno que negocie con él las medidas, «aunque sea para respaldarlas», matizó. Llegó la demanda al Consejo de Ministros y a Soraya Sáenz de Santamaría solo le faltó mandarlo a freír espárragos: cómo se atreve a pedir explicaciones el hombre que dio grupos parlamentarios a los independentistas en el Senado. El exceso inicial ha sido de Sánchez, por montar un número de lo que pudo haber sido una oferta de apoyo a Rajoy, como hizo Albert Rivera. Su postureo, como ahora se dice, estuvo a punto de romper la unidad ante el desafío catalán, si no la ha roto ya.

Y tercer caso, el del propio PP, que se excede en la reivindicación de su victoria electoral, se atrinchera en sus 122 escaños, a 54 de la mayoría, y no quiere entender que habrá ganado en las urnas, pero sigue en soledad para intentar formar Gobierno. Ahora es un partido que tiene que esperar a que fracase Sánchez para recoger los restos, buscar de segundo plato a Ciudadanos, someterse a la humillación de prometer reformar sus propias reformas o castigar a este país con una repetición de elecciones.

Ahí dejo estas tres notas como reflexiones de fin de semana con un consejo como remate: un poco de humildad le vendría muy bien a nuestra clase política. «Siendo humilde», se dice en El alcalde de Zalamea, «con recto juicio acordarás lo mejor».