La infinita ternura de Albert Rivera

OPINIÓN

06 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Cada vez que observo las evoluciones de Albert Rivera, que con el 11,4 % de la Cámara pretende organizar la gran coalición, orientar la reforma constitucional y la nueva ley electoral, acabar con la corrupción, poner fin a las taifas catalanas, y hacer las grandes reformas educativas, fiscales y administrativas «que precisa nuestro país», no me sorprendo, ni me río a carcajadas, ni siento la estupefacción que producen la inexperiencia y la osadía. Solo percibo la infinita ternura de este chaval que, mientras está siendo manipulado a destajo por Sánchez y Rajoy, se cree, como don Pelayo, el refundador de España.

Provisto de regla y cartabón, con los que traza deliciosas rectas y perpendiculares, nos da a entender que la reforma de España empezará por hacer rectilíneas -porque los entrantes y salientes son un vestigio de los chalaneos históricos- las fronteras con Portugal y Francia. También se van a definir nuevas provincias -futuras circunscripciones electorales- poniendo sobre el mapa de España un papel cebolla perfectamente cuadriculado. Y los que no quepan dentro de las cuadrículas -Finisterre, Ortegal, el cabo de Gata, la punta de Tarifa y cosas así- pasarán a ser reservas antropológicas incompatibles con la España ortogonal que vamos a construir.

Albert Rivera, la gran palilleira de este tiempo de crisis, no percibe que hacer una coyunda entre Sánchez, derrotado por Rajoy, y él mismo, derrotado por Iglesias, es una coalición de perdedores. Tampoco se da cuenta del ridículo que supone articular entorno a sí un Gobierno reformista que en esta legislatura no podrá abordar ninguna reforma seria, o que solo podrá hacer, como diría una chica cool, «cero reformas». Y tampoco parece advertir que es una gran deslealtad con España marear la perdiz de un gran Gobierno cuando el Parlamento surgido del 20D solo nos permite elegir entre una monumental y caótica chapuza -el Gobierno Sánchez- o nuevas elecciones.

Con su infinita ternura, Albert Rivera es capaz de leer a la perfección lo que pasaría si volviésemos a votar, aunque esté negado para ver lo que pasará en esta legislatura si le sigue haciendo el caldo gordo a las ambiciones de Sánchez, o si se cree legitimado para preterir en la negociación a quien el pueblo no despreció en las urnas. De lo cual se deduce, por más que nos pese, que el joven Rivera se cree más listo y mejor que los demás, que es lo que piensan de sí mismos los que -como Juana de Arco- hacen política, o salvan naciones, en nombre de Dios y su Providencia.

Tal como yo lo veo, en España solo hay una cosa más tierna que Albert Rivera: la caterva de analistas y politólogos que aún se creen que desde la inmensa minoría se puede abordar la tarea que es imposible para las mayorías. Por eso me duele este país que, cansado de sí mismo, pone su capital en Babia.