¿Qué engrandece a los países?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

12 feb 2016 . Actualizado a las 10:21 h.

Para el doctor Alfonso Castro Beiras, in memoriam

Dominada la vida social, como está, por la política, aquí y en todas partes -aunque en España, es cierto, esta se distinga por haberse encanallado hasta extremos de delirio- hemos llegado a creer a pies juntillas en la importancia sustancial de hechos políticos que, vistos en perspectiva, son inanes; y, correlativamente, a despreciar hechos sociales de una enorme trascendencia para el futuro del país.

¿Qué relevancia tiene seguir al minuto lo que dicen o hacen hoy Iglesias o Rivera, que perfectísimamente pueden decir o hacer mañana lo contrario y pasado lo contrario de lo contrario? ¿Cuánto influirá en nuestras vidas la ¡ubicación del despacho! en que se reunirán en el Congreso Sánchez y Rajoy? ¿Merecen el espacio público que se les dedica diariamente las baladronadas de Puigdemont o las luchas intestinas de la CUP, que tiene menos militantes que trabajadores algunos hospitales? Todo ello es, sin duda, prescindible: no lo es, sin embargo, saber cuál será el signo de nuestro próximo Gobierno, pues en ello nos va en grandísima medida el porvenir

Por eso, que nadie ponga en mi boca lo que de las preguntas anteriores no cabe deducir: que la política es algo irrelevante. La historia demuestra con una contundencia irrebatible lo contrario: que la buena política es absolutamente indispensable para que los países consigan avanzar y mejorar; y que la mala empeora, en ocasiones hasta extremos insalvables, las posibilidades de que la sociedad contribuya a hacer avanzar con sus esfuerzos el bien público.

Pero, contra lo que a simple vista pudiera parecer, y contra lo que cabría deducir de la forma en que muchos políticos actúan a diario, también -y, en muchas ocasiones sobre todo-, contribuyen a la «felicidad de la nación» (según la expresión insuperable de la Constitución de Cádiz) el buen hacer, la responsabilidad y el sentido del deber de sus médicos y su personal sanitario en general; de sus empresarios; de sus profesores; de sus comerciantes; de sus periodistas y escritores; de sus investigadores; de sus artistas; de sus trabajadores manuales, sea cual sea la actividad que desarrollen; de su burocracia administrativa; de sus fuerzas de seguridad y sus ejércitos; y, en fin, de sus organizaciones sociales de todo tipo.

La inmensa mayoría de las personas concretas, con nombres y apellidos, que conforman esos grupos son poco o nada conocidos para la sociedad a la que sirven, fuera de sus ámbitos profesionales, pero realizan una labor esencial e insustituible para que aquella funcione de verdad y sus problemas de cada día se resuelvan: la salud, la educación, el trabajo, la información, el ocio, la seguridad, todo lo que nos permite disfrutar de nuestra vida.

Entre esas personas ocupaba un destacadísimo lugar el doctor Alfonso Castro Beiras, querido amigo a quien hoy tantos recordamos. Con todo el afecto, admiración y gratitud que él merecía. Descanse en paz.