Recurriendo a la fórmula elegida por Émile Zola para denunciar el caso Dreyfus, deploro la posibilidad de ser «cómplice de un error». Ha llegado el momento de acusar a los líderes políticos de las fuerzas que han obtenido representación en las Cortes españolas el pasado 20 de diciembre, por su absoluta incompetencia para consumar el objetivo para el cual fueron elegidos: formar un nuevo Gobierno. Y a la manera de Zola, me permito acusar a los partidos nacionalistas por haberse prestado al juego del despiste y servir de línea roja para hacer olvidar sus servidumbres neoliberales y esconderlas bajo la defensa del derecho a decidir. A los representantes de los mercados, de nuevo cuño, que se agrupan bajo el amplio concepto de ciudadanos, de jugar a centristas y transversales cuando todos sabemos qué intereses económicos y lobísticos han propiciado su llegada al Congreso español. A la confluencia de partidos o formaciones electorales que bajo una bandera morada tapan sus traumas adolescentes y sus adicciones seriales asumiendo el papel de justicieros sin matices, poseedores de la receta del bien y del mal, falsamente revolucionarios y francamente vengativos. A la socialdemocracia por una ingenuidad imperdonable, impropia de la experiencia que se le supone, y por ser rehén de las luchas internas y cainitas de poder que han pivotado y dirigido su estrategia. Y acuso, cómo no, a la derecha de siempre -más neocon que nunca- por su falta de vergüenza y de impudicia en medio del alud de la corrupción que los arrastra, sentada para ver cómo pasaba el cadáver de sus enemigos sin darse cuenta de que nadie, excepto el rey, estuvo dispuesto a darle vela en lo que ha sido el entierro de una gran oportunidad.
Esta es la historia de una gran derrota. Podría haber sido tan solo el recuento de una serie de errores, pero la lectura victimista de todos y cada uno de los protagonistas de cuatro meses de desesperantes maniobras, oportunistas y oscuras, les quita la razón que cada uno pueda tener. Ni un solo mea culpa. Ni una sola reflexión sobre qué han hecho mal y toda la carga puesta en el adversario. Nadie ha aprendido nada. Los errores deberían servir para, una vez reconocidos, no volver a repetirlos. La más que probable convocatoria de nuevas elecciones que habrá tenido a España entera en funciones durante más de seis meses, puede desembocar en un escenario semejante al que ahora no se ha sabido gestionar. Si los candidatos son los mismos, nada hace presagiar que el resultado pos 26J vaya a ser mejor. Los guionistas de esta serie son de tercera división.